viernes, 3 de febrero de 2017

El enano





A Enrique Vila-Matas que me dejó preñado
de este cuento sin siquiera habernos conocido
y que como es natural no quiere hacerse cargo
de su crianza, por lo que me toca a mí cargar con él.



Siempre quise escribir algo sobre un jorobado haciendo turismo alrededor de Nôtre Dame de París.
Tenía que ser alrededor y no dentro. Porque dentro ya se escribió y además lo vería menos gente. Porque es bien sabido que un porcentaje muy elevado de los turistas que se acercan a la famosa iglesia no entran. Se contentan con echarle un vistazo por fuera pues no suelen disponer de tiempo para más. Hay tantas cosas que ver en París.
Por otro lado, yo lo que quería era escribir sobre lo que vería en las inmediaciones de la catedral mientras el jorobado la contemplaba, le hacía fotografías o simplemente descansaba en algún banco próximo o se asomaba desde algún pretil al Sena.
Para empezar, ¿Van los jorobados a ver Nôtre Dame?
No creo, salvo algún iletrado. Que si se acerca, enseguida recibirá la interpelación de algún miembro de la seguridad y organización del edificio que le informará convenientemente de las consecuencias que puede tener su presencia allí. Y ante la lógica extrañeza del iletrado procederá a explicárselo.
Y continuando con el asunto: Parece evidente que alguien más, aparte de mí, tiene que haber pensado en semejante situación y escribir sobre ello.
¿Y qué? ¿Eso me va a echar para atrás?¿No se han escrito miles de historias de amor, una detrás de otra, o una encima de otra, y se siguen escribiendo?
En fin, fuese como fuese, ha pasado el tiempo y he podido empezar este cuento con “Siempre quise escribir algo sobre un jorobado haciendo turismo alrededor de Nôtre Dame de París”
Un deseo, que teniendo en cuenta que vivo en Palafrugell, donde nació, vivió y observó, y mucho, Josep Pla, tiene un evidente indicio de que lo del jorobado me obsesionaba, si se tiene en cuenta que viajo a esa ciudad dos o tres veces al año.
Así que ante la falta de lo genuino y ante el poco deseo de fantasear e inventarme lo que no sucedió, contaré algo que sí me pasó en una de mis visitas.
Y fue, que en un momento en que estaba descansando en uno de los bancos de la plaza Juan Pablo II, situada enfrente de la fachada principal de tan célebre edificio, me encontré con un enano.
No pude evitar sonreírme.
Bueno, al menos, si no hay jorobado hay enano.
Era español.
Me pidió un cigarrillo. Se lo di. Lo encendió y se sentó a mi lado, en el banco.
La imponente fachada de la iglesia siempre me había parecido que tenía algo de tarta y los turistas, pululando a su alrededor, moscas desquiciadas que no sabían cómo meterle mano a tan sabroso pastel.
Un pensamiento que no tenía mucho sentido.
Así pues, creo que me dejé llevar por esa sensación cuando me volví a mirarlo y pensé que podía haberle preguntado,
-¿Qué hace un enano español dando vueltas alrededor de una catedral tan grande y misteriosa?
Pero no, dije otra cosa.
-¿Sabe usted que hubo un escritor francés muy famoso que escribió una novela sobre esta iglesia y una gitana y un enano que se enamoraban? Víctor Hugo, se llamaba.
Me quedé tan sorprendido como él. Y asustado, pues no sabía lo que él sabía. ¿A qué había venido aquello?
Lo miré atentamente. Me di cuenta de que no lo sabía.
-Ni idea- dijo tan tranquilo.
Unos segundos después, ya acabado el cigarrillo.
-Estoy acostumbrado a que la gente se quede mirándome como si fuese algo extraordinario, como si fuese un espectáculo o estuviese en un escaparate. Aquí en Francia igual que en España o que en la Conchinchina. La única explicación que le encuentro es que al ser más pequeño, creen que somos menos vulgares y cretinos que el resto de los mortales. Y eso sorprende. Como si la vulgaridad o la cretinez no fuese una constante y tuviese que ver con el tamaño. Así que las miradas que he recibido hoy no han sido nada extraordinarias. Aunque ahora que me ha dicho eso es muy posible que algunos me hayan mirado por lo de ese libro. Pero no sabría diferenciar unas miradas de otras. ¿Es una historia muy conocida?
-Un poco. Sobre todo por los que leen un poco.
-¿Y cómo se llama?
No pude evitarlo. Ya puestos.
-El amor en los tiempos del cólera.
Me quedé mirándolo. No sabía.
-Me lo apuntaré. Tengo curiosidad por leerlo- dijo.
Seguramente era su manera de darme las gracias por lo del cigarrillo.
La gente pasaba y había alguno que se quedaba mirándonos y hasta nos hacían fotos.
-En Madrid, en la Gran vía, frente a un hotel de la cadena Tryp, a veces se ponen dos friquis disfrazados de cowboys postmodernistas galácticos, para hacerse fotos con los turistas. Yo podría dedicarme a eso aquí, ¿No?- dijo.
-Seguro- confesé.
-Pues igual lo hago, estoy un poco harto de ir de circo en circo.
Me pidió otro cigarrillo y se fue sin encenderlo.
En estos tiempos que vivimos, en los que ya arrastramos un montón de historia y en la que los conocimientos y saberes se acumulan y se documentan en demasía, cada vez sucede más que lo que pasó, lo que fue realidad en su momento, termina desdibujándose a pesar de las huellas para terminar prevaleciendo una opinión personal, una película adulterada sobre tal hecho o directamente una manipulación propiciada por algún poder interesado en una visión en particular de tal o cual hecho. Lo que realmente fue, pierde su categoría y pasa a formar parte del todo que nos contempla.
Víctor Hugo se inventó la figura del jorobado. ¿Y qué?
Podía haber sido un enano.
¿Por qué no?

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