jueves, 13 de marzo de 2014

Un giro de noventa grados



Nosotros hacemos nuestros amigos,
  nosotros hacemos nuestros enemigos,
                             pero el vecino de al lado lo decide Dios.
G. K. Chesterton
                                      


Lo que voy a transcribir a continuación lo escuché en una feria del calzado. En Elda, Alicante. Estos eventos siempre dan para que además de las esperadas firmas, propias de la feria, y derivados aparezcan charlatanes con el fin de señalarse, vender cualquier invento o simplemente para lanzar una idea milagrosa, maravillosa que salvará al mundo y que a él le servirá para lucrarse.
Me imagino que el ser Elda la ciudad escogida y el calzado el protagonista de la feria tenía que ver más con el ahorro de gasolina y hospedaje que con cualquier otra cosa. No lo sé, invento.
No lo transcribiría si no hubiese sucedido que asistiendo a otra feria, años después, esta vez del libro en Madrid, no me hubiese topado con la foto del orador de la de Elda inaugurando una editorial en Colombia de la que era dueño, además de leer que era tildado en el pie de la foto como “el rey del giro”.
Me interesé por el tipo, no saqué nada en claro salvo que vivía ahijado por un grupo de multinacionales de lo más variopintas. Bueno algo saqué. Sospechas.
Por eso voy a transcribirles lo que en aquella feria de Elda dijo y que no he podido olvidar. Después ustedes verán. Empiezo. Empezó.
“Que todos los problemas que tiene la humanidad deben radicar en algo, un pequeño detalle, que hemos hecho mal y eso ha torcido toda nuestra historia, plagada de guerras, dolor, sufrimiento, penalidades y, en fin, odios y malas querencias.
Esto lo he pensado siempre, bueno, desde que apenas cumplí siete años que es cuando según la Iglesia aparece en nosotros la razón.
Y ahora, unos cuantos lustros más tarde, estoy en disposición de hablar de ese pequeño detalle que nos ha llevado a esta historia desastrosa que hemos padecido.
Y ese pequeño detalle tiene que ver con las disposiciones que adoptamos a la hora de construir nuestras casas.
Hubo épocas, en las cavernas, y después con las tribus, que anduvimos tanteando. Ocupábamos cuevas como buenamente las encontrábamos, era difícil hacer nada con ellas, salvo habitarlas. Después con la tribu se observa un intento de disposición de las viviendas. En círculo casi siempre. Fueron dos momentos en los que el hombre aún tenía posibilidades. De hecho son épocas simples, de supervivencia. El horror aún no había hecho su aparición.
Desde la disposición circular el hombre dio el paso catastrófico. Se decidió por la configuración actual que impera en todo el mundo. Casas al lado de casas, formando calles. Como si quisiéramos estar unos al lado de otros.
Fue un error terrible, de dimensiones aún hoy difíciles de valorar pero que con lo que llevamos corrido ya da para mil infiernos.
De la configuración circular de las tribus, con casas, tiendas, chozas, en la que se veían unos a otros, y se trababa una convivencia que estaba llena de aceptaciones y comprensión pasamos a estar uno al lado del otro. Nada por detrás y nada por delante. Nos ensoberbecimos. En nuestro frente una amplia perspectiva que nos hacía parecer poderosos. A nuestra espalda nada, la posibilidad de ocultar nuestras vergüenzas y bajezas y la calle como barrera infranqueable para los otros.
De la visita cotidiana de los otros que en la tribu era lo natural, y lo excepcional la ocultación, hasta la época de las casas limitadas por calles en que la visita era excepción y la ocultación lo habitual.
Eso afectó a nuestro interior de una manera terrible.
Tú tenías tus cosas, ¿cómo no ibas a pensar que también los vecinos las tenían?, ¡pues claro que sí!
De ahí a la desconfianza sólo quedaba nada.
Después, como todo, hubo su evolución y llegamos a esa historia nuestra que cuando la estudiamos sólo tiene guerras. ¿Se han dado cuenta?
Los romanos. ¿Qué estarían haciendo los Iberos si ellos, por ejemplo, quemaban a los cristianos?, pues allá que iban y guerra al canto.
En fin, una red de desconfianza y ocultación, que nos ha llevado a la situación actual.
Cansados, hartos de tanta muerte y dolor.
¿La solución?, cambiar las disposiciones de las casas. No volver a la circular de la tribu que eso sería inviable y costoso. Habría que levantar los alcantarillados, rehacer las instalaciones eléctricas, de gas, de telefonía. Y un trabajo de albañilería inconmensurable. Imposible.
Si no cambiar las disposiciones de las casas, girándolas noventa grados, todas, de manera que en vez de estar de lado, queden todas, unas detrás o delante de otras.
¿No han observado ustedes que en una mesa siempre hay más algarabía y bronca que en una cola en la que todos ordenadamente dan lo mejor de si mismos pues son observados por delante y por detrás?
Pues en las casas igual. Delante de la fachada de tu casa el patio trasero de otra. Aunque no quieras, los tiene delante todo el día. ¿Y tu patio trasero? Pues controlado por la fachada de otra casa. Y así.
Eso con las casas, los edificios oficiales, los bancos, las sedes de las empresas. Con todo tipo de construcciones. Salvo los estadios, que quedarían como lugares de desbravamiento y descontrol. Para recordar cómo éramos. Sería un cambio poco costoso. Se trataría de girar casa por casa. Con una ley adecuada por parte del Estado, los ayuntamientos cargarían a cada vecino con los gastos proporcionales que le correspondiese, que eso ya lo saben hacer. Las calles permanecerían, sólo que serían laterales, con lo que las instalaciones generales se podrían aprovechar y toda la estructura urbanística se mantendría. Las calles ahora sí que serían vías de desplazamiento y no barreras que separan.
No se verían los resultados enseguida, igual habría que esperar unos cuantos siglos para ver en todo su esplendor el éxito pero yo creo que en el primer siglo se podría empezar a contemplar los primeros beneficios.
Imagínense a un general belicoso, ambicioso y nada democrático, que los hay.
¿Qué habría pasado si de vivir en una casa lujosa, no puede ser de otra manera dado su cargo, con un amplio jardín por delante y un esplendido patio trasero por detrás, libre de miradas e inquisiciones, hubiera pasado a vivir en esa misma casa, que una vez girada noventa grados, por delante tendría un patio de una casa, lujosa o no, es lo de menos, al que no tendría más remedio que mirar. Y si mira, ve. Y que por detrás tendría mucho cuidado con lo que hacía, porque estaría la fachada de otra casa, con sus inquilinos, ahí, sin quitarle ojo o no, pero con la posibilidad no ya a la vuelta de la esquina como antes, si no en la fachada mismo.
Eso crea hábito y termina influyendo en la forma de actuar y de sentir. Y de pensar. Afecta a la personalidad.
Si a eso le añadimos que cuando se desplaza a la oficina le pasa lo mismo, pues estará todo el día viviendo en una disposición urbanística en que la proximidad humana, de los otros, es cotidiana. Y por lo tanto a esa cotidianidad ha de acoplar su forma de vivir que al fin y al cabo termina desembocando en una forma de ser.
Pensar en golpes de estado, imposiciones, abusos, se hace más difícil.
He puesto a un general de ejemplo porque se puede generalizar para todos, no por otra razón.
Habría problemas con palacios y mansiones que ahora se muestran aislados y casi invisibles, pero, vamos, son pequeños detalles que se irían solucionando sobre la marcha. Siempre sin perder el objetivo de rebajar eso de creernos los reyes del mambo y mirar lateralmente a nuestros semejantes. Que aunque lateralmente puede ser una buena  manera de avanzar no lo es de estar. Y sobre todo de ser.
De frente y por detrás. Que es la fin y al cabo donde se tiene el culo y la cara, que es por donde entra y sale todo lo que nos mantiene con vida, que a los lados están los brazos, que ya me dirán que se puede decir de un semejante mirándole los brazos. Que los tiene largos o cortos. O musculados o fofos, y poco más. Nada de lo que puede llegar a hacer si un día decide putearte. Que al fin y al cabo es lo que ha alimentado nuestra historia.
Es una oportunidad única. Sólo un giro de noventa grados en nuestros hogares.
Además estar por detrás de alguien siempre da qué pensar y estar por delante da para estar al tanto.
Con probar no perdemos nada. Hasta ahora esto ha sido un desastre. Así que.” Acabo. Acabó.
Eso fue lo qué dijo. Ustedes verán.

sábado, 8 de marzo de 2014

El circo es malo pero tratan bien a los animales



Estaban dando por la tele lo del sindicalista que tenía la casa llena de billetes de cien y quinientos, que decía su madre que tenía billetes en casa para chamuscar un cerdo, y le estaba yo diciendo a la mía que con cincuenta euros no tendría suficiente para aquella noche y me estaba contestando ella que si me creía que era Tita Cervera cuando en el marco de la puerta se recortó la figura de un vaquero. Como en las películas de Clint Eastwood.
En Andalucía, en verano, todas las puertas están abiertas. No es señal de bienvenida si no para mirar de bajar la temperatura de dentro de casa al menos medio grado. Una tontería, según lo veo yo. Porque, ¿Qué más da treinta y cinco grados que treinta y cinco y medio?
Me quedé mirando la figura, intentando adivinar quién era, cuando mi madre a mi espalda exclamó,
-¡Pedazo de cabrón!
Entonces yo me aproxime al recién llegado con el fin de identificarlo. Efectivamente era un vaquero, bueno, un sheriff, con su estrella y todo.
-Hola, soy tu padre- dijo.
Miré a mi espalda y mi madre había desaparecido.
-¿Puedo pasar?- me preguntó.
-Sí, pero sólo hasta el vestíbulo- le dije- siéntate aquí- le indique, señalando un pequeño arcón que teníamos a la entrada para guardar los paraguas y los sombreros y que estaba lleno de todo menos de paraguas y sombreros.
Entró y se sentó. Nos quedamos mirándonos.
-¿Qué te ha contado tu madre de mí?- me preguntó.
-Me ha contado de todo. Que eras soldado y te fuiste a la guerra y no volviste. Que eras camionero y te fuiste de viaje a Rusia y no volviste. Que eras marinero y te fuiste a la Conchinchina y no volviste. Incluso una vez me contó que se levanto un tormenta y que un tornado te arrastró…….y no volviste. Pero eso fue cuando era muy pequeño- le expliqué.
-Estás muy alto- me dijo.
-Lo normal para quince años, en el insti hay unos cuantos más altos que yo- le dije.
-Y que tal, ¿cómo os va?- dijo.
-Bien.
-¿De qué trabaja tu madre?- preguntó.
-Es la directora del hospital y tiene una consulta privada- le contesté.
De nuevo se hizo el silencio. No llevaba cartuchera y ninguna otra arma.
-Tengo que salir a comprar una goma de borrar- le dije.
-¿Puedes decirle a tu madre que me gustaría hablar con ella?- me dijo.
Subí y no tardé ni quince segundos en bajar. No se había movido.
-Me ha dicho que te pregunte si has sido feliz estos años- le dije.
-No- me contesto.
-Pues entonces que te vayas a la mierda- le conté.
No precio sorprenderse.
-Estoy en el circo, hemos llegado a la ciudad y pensé que sería buena idea venir a hablar con vosotros- se explicó.
-Claro, como vivimos en una época en la que el correo está arruinado debido a las otras cincuenta mil maneras que hay de enviar mensajes tú has aprovechado que pasabas por aquí para hacernos una visita- le dije.
-Tienes un humor muy parecido al mío- me dijo.
-Ya me lo dice mi madre: Tienes el mismo humor que el cabrón de tu padre- le confesé.
-¿Te trata bien?- preguntó.
-Hace lo que puede, es muy estricta. Hoy, esta noche, tengo una fiesta y sólo me quiere dar cincuenta euros. Una miseria.
-¿Y cuánto crees que necesitas?- dijo y ensayó una sonrisa.
Me quedé pensando. Había visto unas cuantas películas americanas.
-Unos ciento cincuenta euros- declaré.
Vi como se revolvía y metía la mano en el pantalón. Me tendió de su cartera un billete de cien euros. Lamenté por primera vez la falta de un padre.
-Gracias- le dije.
Y nos quedamos otra vez en silencio.
-La goma- le recordé.
No pareció saber a que me refería y se lo iba a explicar cuando con un gesto me dijo que sí que ya sabía a qué me refería. Pero no se movió.
-No te puedes quedar aquí- le dije.
Se levantó pesadamente y salió al porche. Yo salí tras él y cerré la puerta. En cinco minutos, treinta y cinco y medio grados. Fijo.
Se sentó en un  banco que tenemos en la entrada.
-Si voy al circo y digo que eres mi padre, ¿me harán un descuento?
-Algo te harán- me contestó.
-Sabes. Me acuerdo de una vez que me llevaste al circo- le dije.
-¿Te acuerdas?, pero si apenas tenias dos años- se extrañó.
-Me acuerdo. Dijiste que aquel circo era malo pero que a los animales los trataban bien y que las mujeres iban casi desnudas. Fuimos tú y yo solos. Me hice una foto subido a un elefante.
De nuevo se hizo el silencio.
-Bueno, me voy, que tengo que comprar la goma de borrar- le dije.
-Muy bien, adiós.
-Adiós.
El sol abrasaba y cuando pasé frente a la librería no anhelé para nada el aire acondicionado que silbaba dentro. Era verano y sufrir el calor hasta asfixiarse era lo que le pasaba a todos.
FIN