viernes, 11 de diciembre de 2015

Una confidencia




Creo que he perdido a mi único amigo, el último que me quedaba, por culpa de una confidencia.
Somos amigos desde hace más de treinta años.
No sé qué es lo que valora de mí,  pues a veces he notado un franco rechazo hacia algunas de mis actitudes. Yo, de él, valoro algunas cosas muy concretas. Su generosidad, su independencia y capacidad para abrirse camino en la vida. Su honestidad. Y cosas así.
No sé por qué lo hice, lo de la confidencia, ni por qué esperé hasta ese momento. Sólo supe que tenía que hacerlo. Que se lo debía. Para poner en valor una amistad tan larga.
Se lo dije,
-Sabes una cosa, me hago píldoras. Lo he hecho siempre, no puedo parar. Parece que tengo una fábrica de píldoras en la nariz.
Y le hice una demostración.
Me metí el dedo en la nariz, hice un repaso y con la uña extraje un hermoso moco reseco. Lo amasé con la punta del dedo índice y del pulgar. Le fui dando forma y cuando estaba redondeado y convertido en píldora me lo coloque en la uña del dedo medio, la coloque bajo el pulgar e hice palanca. Salió proyectado como una bala de cañón.
Ni rastro de ella.
¿Dónde habrá ido a parar?
Ni idea. Nunca me ha pasado que haya lanzado una y después me la encuentre por ahí. Son muy orgullosas y una vez que han sufrido el rechazo y tal gesto de desprecio ninguna ha sido capaz de humillarse y hacerse la encontradiza conmigo.
Mi amigo no me dijo nada. Se quedó simplemente mirándome.
Me vi obligado a explicarle,
- No siempre sale tan bien. A veces no se ha moldeado bastante y al dispararla se niega a proyectarse y se queda ahí, pegada en la uña. Debes amasarla un poco más. Eso me pasa generalmente cuando ando con prisas. Las prisas no son buenas para nada.
Después seguimos hablando de lo de siempre. Al cabo de dos horas se fue y no he vuelto a saber nada de él.
Sabía que podía pasar. Hay cosas que no se pueden ir diciendo por ahí como si tal cosa. Ni aunque sea el mejor amigo que tengas. O que sea tu esposa. Son cuestiones que tal vez no tenías ni que saberlas tú.
Y mira que es un asunto intrascendente. Me hago píldoras, ¿Y qué? Bien mirado, el habérselo dicho es una ofrenda. Una ofrenda que le hago por nuestros años de amistad y complicidad en tantas cosas.
Aunque la verdad es que por encima del temor de haber perdido a mi último amigo he de admitir que hay otro temor.
A pesar de que me cueste admitirlo.
Porque ese temor me convertiría en un mal amigo, en un desagradecido, incapaz de responder a su generosidad, algo en lo que nunca he estado a la altura necesaria.
Y es que no sé si he perdido a mi amigo o uno de estos días llamará a la puerta como si tal cosa, para tomar un café y contarme en justa reciprocidad algo de él que esté en consonancia con mi confidencia.
Quiero estar preparado para ese momento, pero casi preferiría haberlo perdido como amigo.

1 comentario:

  1. Treinta años de amistad ...deben pesar más que una almondiguilla ,que por otro lado solo la querías para lanzarla sin destino alguno
    ¿¿quien no la caga alguna vez ??...yo casi preferiría que siguierais siendo amigos ....ya dijo el tango que veinte años no es nada ...joder" pero son treinta ...toda una vida ...moquillos a la mar

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