viernes, 3 de julio de 2020

Realidades tangenciales




Comenzó a desgañitarse dentro del vagón,
-¿Por qué todos ustedes en vez de estar escribiendo en sus libretas no dicen lo que están escribiendo?
No hubo ninguna reacción reseñable. Hubo miradas de curiosidad, de sorpresa. Miradas ovinas.
Alguna voz se podía haber alzado, recriminando aquella interpelación, argumentando intromisión, poniendo por delante el derecho a la intimidad. Pero no.
-Seguramente estarán escribiendo tonterías, o cosas interesantísimas, que posiblemente nadie leerá- ahora hablaba más tranquilamente pero aún airado. Miró a su alrededor- ¿Qué sentido tiene?¿O quizás esperan que una vez muertos algún familiar descubra sus manuscritos y los haga célebres, los lea mucha gente?¿Y qué? Nunca sabrán lo que pensaban aquellos compañeros de viaje de aquel vagón en el que un loco les dijo que dejasen de escribir y contasen de viva voz lo que escribían.
-Sí se puede- volvió a mirar en su entorno- En la mayoría de los casos se puede. Fíjense en la diferencia. Depositar nuestros pensamientos en otro lecho caliente, acogedor o no, pero caliente, en vez de en esos bonitos cuadernos de viaje.
-Ya sé que es más cómodo, ya sé que nadie los juzga. Ya sé que pueden parar cuando quieran. Pero ¿Y el frio? Esas frases, esos garabatos, ¿Cómo se pueden comparar con el aliento que sale arrastrando palabras que llegan a oídos y tras pasar por el cerebro se alojan en el corazón y como recibo de esa entrega las miradas, las sonrisas, las contestaciones, todo el cúmulo de respuestas?- hizo otra pausa- Como las que ahora recibo.
Es verdad, se veía alguna sonrisa, algún cabeceo, alguien se recolocaba en su asiento. Lo cierto es que nadie escribía.
-Perdone, señor, debe sentarse- le dijo un guardia de seguridad.
-Me habla, me está hablando ¿Por qué no me lo escribe?¿No tiene usted un bonito cuaderno?
Ahora el tono era otra vez ensordecedor, más que desgañitarse parecía querer aullar.
El guardia se asustó y la cosa se complicó
En la próxima estación fue obligado a bajar entre gritos, improperios y forcejeos. Antes de bajar gritó,
-Ahora cuando me vaya escríbanlo pero no se lo digan. No merece la pena. Coincidirán en todo. Después sí, hablen, hablen, no tiren más tinta.
Se restableció la normalidad. Y ya no sé qué pudo pasar en el vagón pero seguramente, quiero pensar, se estableció alguna conversación.
Hasta aquí muchos habrán estado leyendo y diciendo para si,
-¿Pero cómo escribiendo?, si casi nadie escribe. Si hubiera escrito que estaba todo el mundo con sus auriculares puestos…
Pausa. Larga pausa.
¿Cuánto habría que haber gritado entonces para hacerse oír?

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