Estaba sentado en un banco del parque, tomando el fresco. En
otoño y en invierno suele ser un lugar
tranquilo. Los niños van al cole y hacen deberes. Las madres aprovechan para no
ir al parque. Las madres suelen odiar los parques. A los hijos, no, pero a los
parques no los pueden ni ver. Los aguantan porque son necesarios. Es como
cuando un delincuente sale en libertad pero tiene que pasar por la comisaría
cada semana.
En primavera la gente empieza a fluir. Huelen el verano y en
verano el parque es un lugar odioso. Salvo cuando cae la noche.
Es entonces cuando él va a tomar el fresco. Le gusta pensar
que es su parque, que se lo mantienen, que tiene invitados y que a la noche lo
recupera.
Con su hija, cuando su hija era su hija, solía hacer esa
broma. Pero con el mar.
-Papa, ¿Por qué no nos hacemos una piscina?
Entonces él le decía lo de ser propietario.
-Pero si tenemos una piscina fantástica. Nos la cuidan, la
llenan de invitados y nos la mantiene el Ayuntamiento. No se puede pedir más.
Es un chollo.
Ella lo miraba maravillosamente sorprendida. Era pequeña. Se
creía cualquier cosa.
-¿Y dónde está?
Le decía el nombre de la playa.
-¡Qué tonto!
-No, en serio. ¿No puedes ir cuando quieres? ¿No es gratis?
Es tuya.
-Y de los demás.
-Eso es lo que se creen ellos.
-Pues échalos.
-¿Tu echarías a la gente de tu piscina?
Pero ahora no es pequeña y lo peor es que él es viejo. Le
gusta sentarse en el banco y ver pasar coches que recogen a sus conductores y a
algún paseante que aunque no le dice nada, sabe que están en comunión.
Esta noche hay una señora mayor jugando con un perro.
Dos personas mayores y un perro.
Podían ser un matrimonio. Se estremece del horror.
Debe ser de Barcelona. Por cuestión de probabilidad. Los que
son de fuera y vienen en verano se suelen quedar en algún apartamento de la
playa. Sólo los de Barcelona tienen casas en el pueblo. Vienen durante todo el
año.
La señora le resulta desconocida. Tiene cierto señorío y se
mueve con serenidad. Debe haber sido guapa. Seguro que ha sido madre y ahora o
es viuda o divorciada o sigue desgraciadamente casada.
Lo piensa mientras ve como le tira al perro una pelota que
este recoge y le vuelve a llevar.
¿Qué se creerá que está haciendo?
Es joven y corre y se sacude a la vez. Da un golpe de cabeza
y se le escapa la pelota que va a parar a sus pies.
La señora lo mira. El perro también. Está detenido.
¿Lo están invitando a jugar?
Se levanta con la pelota en la mano y se dirige hacia el
banco en que está ella. Se sienta a su lado sin devolverle la pelota.
El perro no se ha movido.
-¿Por qué no me tira a mí la pelota?- le pregunta, a la vez
que se la devuelve.
Ella no se ríe. Coge la pelota.
-Soy más interesante que ese perro. Hablo y puedo razonar
dentro de unos límites. Claro, si me dice que es cuestión de edad, que es más
joven que yo, le tengo que dar la razón. Él es mucho más joven que yo.
-No me voy a poner a gritar ni nada parecido. Ni voy a
admitir que es usted original, ni gracioso. En realidad no me parece
descabellado su ofrecimiento. Pero no se dan las circunstancias. Poca gente iba
a entender.
-Desde luego, poca gente- admití.
-Sin embargo- continué- si entienden que un hombre robe a
otro hombre o que un borracho atropelle a un viandante. Es un mundo raro.
-Raro no. Es nuestro mundo- dice ella.
-¿Es usted de Barcelona?
-No, no, eso no. Acaba usted de rebajar el nivel de la
conversación a ritmo de montaña rusa. Me mareo. Con lo alto que estábamos.
Tirarle la pelota para que me la devolviera. Eso nunca ningún hombre me lo
había dicho.
-¿Ni siquiera en la intimidad de una habitación?
-Ni siquiera en la consulta.
La miro inquisitivo.
-Soy psiquiatra y sí, soy de Barcelona y he entendido
perfectamente lo que me ha querido decir.
Lanzó la pelota y el perro que hasta ese momento había
estado expectante salto como si de un resorte se tratara.
-Mañana estaré otra vez aquí. Si trae la pelota pero no el
perro, quizás lo podamos intentar.
El perro se quedó a su lado, como si fuese su marido, con la
pelota en la boca.
-Claro.
-Claro.