Era el último día de Julio. De Requena a Denia había una
buena tirada, pero era una tirada agradable. Todo bajada, hasta el mar. Sólo
habían visto el apartamento en fotografía. Lo iban a estrenar. La reciente
crisis económica había hecho posible su compra.
Era un matrimonio bien situado, con dos niñas y una abuela,
la madre de él.
-Veréis que playas más bonitas, largas, llenas de jóvenes
con ganas de agradar- decía la abuela esa mañana.
-De meterte las manos en las tetas, seguro- dijo Alicia, la
mayor, de doce años.
-Lo que a ti te gusta- contestó su hermana Mónica de un poco
más de once años.
Se había respetado la abstención lo justo.
-Es la historia de nuestra vida- afirmó su madre, una mujer
hermosa, morena, de treinta y seis años, con las trompas ligadas.
El hombre sacaba maletas mecánicamente. Fuera se oían
puertas que se abrían y cerraban.
Vivían en una casa grande, en una urbanización apartada del
pueblo, llena de casas grandes, y rodeada de viñas.
-Deberíais enfocar la vida con otro talante más conciliador
y optimista.
La abuela era así. Decía conciliador y optimista. Incluso
sabía cosas de escritores norteamericanos, compatriotas de Justin Bieber, de
los que nadie había oído hablar nunca, ni tan siquiera la profesora de
literatura del instituto. Flán de Ocón, o algo así, era el nombre de su
preferida. Una invalida que se murió joven, les contaba.
-Imaginaos el vaivén de las olas, lamiendo la arena y
vosotras dibujando en la arena mundos que sin esfuerzo aquellas harán desaparecer sin esfuerzo y
vosotras una y otra vez con el dedo insistiendo. Un poco como es la vida.
-En otro sitio me imagino yo los dedos- dijo la madre.
Las hijas se echaron a reír.
-Abuela, ¿Cómo puedes ser tan romántica?
Había dicho romántica pero seguramente quería decir otra
cosa. Y no sólo por el desconcierto que les producía su forma de ver la vida.
Mientras su hijo estaba cargando la carreta, un lujoso
automóvil de cuarenta mil euros que ella había contribuido a pagar, su nuera
revoloteaba por la casa, cambiando cosas de sitio y pasando la escoba.
Las niñas jugueteaban entre ellas y movían cosas que su
madre acababa de mover.
-Pues Pura y Pedro están ahora mismo bañándose en Marbella.
La hija pequeña preguntó,
-¿Por qué no hemos comprado el apartamento en Marbella?
La abuela intervino,
-Denia tiene más clase- dijo
-No es verdad- dijo la mayor- Marbella es la que más clase
tiene.
-No confundas pequeña mía. Marbella tiene más dinero pero
Denia tiene más clase.
El padre entró de vacío y salió con los últimos bultos, unas
cajas de esas de fruta, cargadas de utensilios de cocina. Parecía ser la señal.
-Bien, ya está- dijo la madre- Podemos irnos.
Justo acabó de decirlo y se oyó arrancar un vehículo en la
calle.
La abuela se levantó trabajosamente y arrastró con dificultad
su maleta, detrás de sus nietas. La madre se quedaba haciendo lo ultimísimo.
Cuando llegó al coche, su hijo ya estaba pacientemente
colocado al volante del coche, concentrado y paciente, como había sido siempre.
Las niñas se peleaban por sentarse al lado de él.
-Soy la mayor- decía la mayor.
-La última vez fuiste tú, ahora me toca a mí- decía la
menor.
-¿Qué última vez?
-Pues la última.
Ella entró y se sentó detrás, en el medio. El interior olía
a piel y plástico. Era amplio y la maleta le cabía a los pies.
La madre llegó y puso orden.
-Tú a la derecha, tú a la izquierda. Deme la maleta- y se la
quitó de las manos.
La colocó detrás.
Dejó también el bolso, un sombrero y un paraguas.
-Un paraguas, ¡Qué original!- dijo la abuela.
-Lo hace, porque si no lo coge seguro que llovería- dijo la
pequeña.
El coche arrancó cuando la madre aún estaba
arrellanándose en el asiento y buscaba
el cinturón.
La abuela había hecho ese recorrido cientos de veces, hasta
que se casó. Después su marido nunca quiso saber nada del mar. Era cosa de la
televisión.
Él era de tierra de vides y ajos. Ella se conformó. Lo amó
menos pero se conformó.
Eso se lo había contado muchas veces a su hijo, hasta que
llegó a una edad en que se puso a escuchar otras voces y lo cierto es ya nunca
más volvió a oírlo. Sin embargo había sido él quien había buscado el piso y el
lugar. También ella en esto había contribuido con su dinero.
Durante el recorrido iba anticipando el nombre de los
pueblos hasta señalar la ciudad de Valencia a la izquierda justo cuando
entraban en la autopista. Después el galimatías de carreteras y nuevas
construcciones la despistó. Dejo de actuar como guía turístico y empezó a
puntualizar como un cicerone,
-¿Os habéis dado cuenta de que hemos abandonado un paisaje
de viñas para entrar en uno de naranjos, niñas? ¿Eso qué quiere decir?
-Que les gusta el zumo en vez del vino- dijo la pequeña
-Pues el de limón está muy amargo- dijo la mayor.
-Es verdad- dijo la madre, como si de pronto hubiera
recordado algo- ¿Sabíais que la abuela cuando era rica iba todos los veranos a
Denia?
A ella le sorprendió que lo supiera.
-Rica no, niña- dijo la abuela.
-Entonces, ¿Qué?- dijo la mayor.
-¿Qué de qué?- preguntó la menor.
-Que si no era rica, ¿Qué era?- contestó.
-No era rica cuando descendía hacia la mar, como nuestras
vidas que son los ríos, era niña- aclaró la abuela.
-Ya estás con tus romanticismos- exclamó enfadada la
pequeña.
Ella se preguntó dónde escuchaban esas cosas.
Pararon en un restaurante. La madre no las dejó bajar.
-Sólo pipi- dijo.
-Yo tengo hambre.
-Yo más.
-Seguro que estáis famélicas- aseguró la abuela.
-¿Famélicas?- preguntó la pequeña.
El marido ya estaba entrando en el local.
-Lo sabía- dijo la madre y sacó unos bocadillos.
-Sólo he traído dos- dijo, dándoselos a las niñas- Los
mayores podemos esperar.
Por un momento sólo se oyeron estallidos mínimos de papel
plata doblegándose de precipitación.
El marido volvió, se sentó y pareció que se limpiaba las
manos en las perneras de los pantalones.
-Agua sí hay- dijo la madre.
-A ver si cuando lleguemos me sitúo- dijo la abuela.
Y después,
-O te sitúas, te lo conté tantas veces.
La pequeña le puso el envoltorio de papel plata, consumido
el bocadillo, en la cabeza. La mayor de un papirotazo se lo quitó y fue a parar
al regazo de su padre. Su madre se anticipó y lo cogió, aplastándolo entre los
dedos.
-Ahora ni viñas, ni naranjos. Aquí se cultivan turistas-
dijo la abuela, acababa de ver un letrero que indicaba Denia a diez
quilómetros.
Las niñas se rieron a carcajadas. También la madre. La
abuela miró a su hijo y se pregunto si estaba intentando recordar algo.
Miraba la pantalla del navegador.
-El mar- exclamó la más pequeña.
-Ahora la abuela dirá la mar- dijo la madre.
Y las tres volvieron a estallar en risas.
Estaban entrando en unan urbanización de edificios de tamaño
medio. El coche aminoró la marcha y quedó pegado al borde de la acera, en una
pequeña plaza, al lado de una entrada que ponía 11B.
-Hemos llegado- dijo el padre.
Todas las puertas, menos la del conductor, se abrieron y
salió gente.
Algún vecino que paseaba se quedo mirando, con ganas de
darles la bienvenida. Sacaron las maletas.
La madre se dirigió a la puerta del conductor.
-¿No bajas?
-Se me olvidó algo.
Empezó a maniobrar y cuando las tres quisieron darse cuenta
el coche se perdía en la lejanía.
Ella se quedó pensando en qué era lo que podía haber recordado.
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