Se anunciaba con un gran letrero en la calle,
TENEMOS LA RESPUESTA
¿ESTÁS PREPARADO PARA
SER ESCRITOR?
ENTRA Y TE LO DIREMOS
SIN COMPROMISO
El “sin compromiso” estaba en letras más pequeñas y no se
sabía si se trataba del Sr. Sin Compromiso o
de si el que anunciaba aquellos no se comprometía a nada o de si el que
entraba no adquiría ningún compromiso por entrar a consultar. O sea,
verdaderamente sin compromiso, se refiriese a lo que se refiriese.
Era una librería de
viejo y claro, la ironía, la burla, el sarcasmo, el cinismo, que envejecen muy
bien podían estar almacenados allí dentro con más garantías que el amor, la
verdad y demás palabras esperanzadoras que llevan muy mal la solera. Son como
el vino joven, mejor que lo bebas en su tiempo.
Pero entré.
En estas librerías siempre te encuentras a un hombre
derrotado, por lo menos. O es el que atiende a los clientes o es un cliente.
Nunca eso me ha decepcionado. Jóvenes
lozanos, de uno u otro sexo, jamás he visto. A lo más un joven viejo, que ya es
un derrotado precoz.
-Ese anuncio de la entrada, es cachondeo, ¿No?
El hombre levantó la vista y no contestó.
Pensé que no sabía con qué intención se había escrito aquel
letrero pero cachondeo poco.
Me desentendí de él y me puse a revolver un poco los libros.
Mientras me decidía.
Cuando lo hice volví a plantarme delante de él,
-Quiero hacer la prueba- le dije.
-Usted no es escritor- me dijo.
-¿Ya me la hizo?- le pregunté.
-Se le ve enseguida, con sólo mirarlo- me contestó.
Volvió a embeberse en una libreta con un texto de una letra
que hasta Robert Walser hubiera tenido problemas para escribirla.
-Es imposible que pueda usted leer esa letra- le dije.
-No estoy leyendo, lo finjo para ver si usted se va- me
confesó.
Y volvió a inclinarse sobre las líneas imposibles.
Así que volví a las estanterías. Me dije que si en cinco
minutos no encontraba un ejemplar de “La colmena” me iba y que si lo encontraba
le sacaría aquel hombre una respuesta.
Al minuto y cuarenta segundos encontré dos ejemplares. Los
cogí y fui con ellos en peregrinación hasta el hombre esfinge.
Se los puse delante,
-Es la última vez que lo intento. Usted verá.
Señaló los dos ejemplares y me dijo,
-¿Y eso?
-Un juramento- le contesté.
-¿Se los lleva?
-No, ya le ha dicho que era un juramento- insistí.
-Imagínese por un momento- dijo con cara de cansancio- que
es usted un escritor muy prolijo y muy dotado, sus textos tienen una calidad
incontestable, los entendidos que han leído fragmentos de ellos están
admirados, le animan a que los presente a las editoriales, a que los publique.
Tiene, según todos los cálculos hechos y aceptados por
unanimidad, entre sus textos diez o doce éxitos grandiosos, que si se da prisa
le pueden llevar al premio Nobel. ¿Me entiende?
Le digo que sí.
-Pues bien, un día de tormenta, cae una lluvia tremenda, con
aparato eléctrico y a causa de un rayo que cae sobre su casa, esta se incendia.
No se preocupe, aquel día usted y su familia han ido a la playa y no les pasa
nada, pero sus manuscritos se han convertido en ceniza. Han desparecido.
Me mira,
-¿Y no guardo ninguna copia?
-No, ni una. Y además es incapaz de reescribir lo perdido.
Ni una línea. Todo es irrecuperable.
Hace una pausa. Larga.
-¿Qué piensa?- me pregunta al fin.
-¿De qué?
-¿Qué piensa ante esa situación?
-¡Qué putada!
Parece no tener bastante.
-¡Me cago en Dios y todo lo que se menea! Se ha ido a tomar
por el culo todo lo que me iba a hacer famoso y rico, el Nobel, quién sabe
cuántas amantes, cuanta admiración, cuantas veladas con otros escritores
geniales y famosos. ¡Joder, qué mala suerte!- digo esto último a grito pelado.
No hay nadie en la librería pero algunos transeúntes que
pasan por la puerta miran hacia el interior.
Me quedó observándolo,
-¿Bien?- lo interrogo.
-¿Volvería a escribir o lo dejaría para siempre?- me pregunta.
-¡Ah, ya lo cojo!- digo- Si ahora le contesto que sí
volvería a escribir, me dirá que soy un auténtico escritor y si le digo que no,
que no volvería a escribir jamás, me dirá que no soy más que un escritor de
domingo.
-Claro, ni más, ni menos- me contesta.
Y volvió a inclinarse sobre las diminutas letras.
Cogí los dos libros de Cela,
-Los voy a poner donde estaban.
Ni me miró.
Los coloqué en su sitio y me dirigí a la salida.
-Y quite esa mierda de letrero de la puerta.
No me giré.
Me pregunté si estaría mirándome como lo hacía con la
microescritura.
Al salir tropecé con una pareja, estaban discutiendo,
-Sube, hombre sube- rogaba ella.
-Ni hablar, no subo a ese antro a que me diga esa bruja si
voy a ser escritor o no- contestaba taxativo él.
Lo que me pasa por culpa de los libros. Pensé.
Miré para atrás. Se iban.
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