viernes, 15 de diciembre de 2017

Escribimes y escribiretes II


 
Yo, a veces, voy a la estación del tren y miro a la gente.
¿Dónde van todos estos?
Luego vuelvo a casa y camino de ella sigo viendo a gente que espera.
Sólo de vez en cuando veo a alguien que no va a algún sitio.
Me gustaría preguntarle si ya ha llegado o es que ha desistido.
Sólo por pegar la hebra.
Y es que es muy difícil conversar, charlar sí, con gente que está de viaje.

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Estaba haciendo autoestop y alguien paró,
-¿A dónde no vas?- me preguntó.
-A muchos sitios- le contesté.
-Entonces sube, fácil es que no vaya a casi todos.

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 Estuve viviendo en el piso durante un año. Por él pasó un montón de gente preguntando por inquilinos anteriores. Por Maite Rodríguez. Por Alejandro Ortega que tenía un caniche gigante. Por Araceli Entrecanales que siempre iba con negros, me preguntó un negro. Por Pepe Saldivía que tenía dos tatuajes muy femeninos en la frente, uno a cada lado, me dijo una mujer malencarada, sonriendo maliciosamente como sólo saben hacerlo algunas mujeres y con razón.
Yo no sabía nada de ninguno pues no habían dejado dirección para contactar con ellos. Aún así cuando me fui le dejé al propietario la mía para que me enviara a todos los que siguieran llegando, preguntando por alguien.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Escribimes y escribiretes I







Estaba haciendo autoestop y me subió.
-Si fueras una tía, intentaría violarte- me dijo.
-Y como no lo soy………
-Como no lo eres, te voy a contar como he acabado siendo camionero a mis cincuenta años cuando de joven lo que quería era ser piloto de caza. Todo empezó un domingo en una sesión de exhibición en la Barceloneta. Tenía yo dieciséis años…
A ver- pensé- cómo denuncio yo esto a la policía.

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Estaba al fresco.
Con visibles gestos de estar dolorida e impedida.
Con sobrepeso.
-¿Cómo está la mamá?- me preguntó.
-Bien. Cuidada. Lo mejor que puede estar, dadas sus condiciones.
-Es que llegué ayer y como no puedo acercarme a verla, ya ves como estoy. Entonces, ¿Eres su hijo mayor?
-Sí, el mayor.
-Y en las condiciones que estoy, ya ves, me es difícil moverme. O sea, ¿Qué está bien?
-Sí, muy bien. Mejor que aquí, sola.
-Me ha traído mi hijo. Pero, claro, él no me va a llevar a verla. Y yo sin él…..Me alegró que esté bien. ¿Está también allí Fulano, no?
-Sí, sí, también. Está muy bien también.
-Mejor que yo seguro. Es que cómo estoy me voy bandeando. Si no fuera por mi hijo... Pues dale recuerdos de mi parte.
-Se los daré, gracias.
Y me fui.
Sin preguntarle qué es lo que le pasaba, ni interesarme por su situación.
Creo que era lo correcto. Otra cosa hubiese sido una hipocresía.
Y una señora tan atenta y preocupada por los demás no se merece tamaña falta de respeto.

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Con la excitación de irnos de vacaciones, decidimos ser sinceros y mi hermana dijo que dejáramos a la madre y yo le dije que entonces al padre también. La madre habló con el padre sobre dejar a los hijos. Al final decidimos irnos todos juntos.
En la autopista encontramos un montón de vehículos todos llenos. Nos alegramos. No éramos los únicos.

domingo, 3 de diciembre de 2017

De rebote





Voy a verlo al hospital pensando en que le voy a decir para animarlo. De pronto le ha venido todo encima. Su mujer ha aprovechado que está ingresado para abandonarlo. Me da pena pero a veces pienso que se lo merece, Dios no me escuche.
Nada más entrar le echo un vistazo y cuando parece que he encontrado algo para animarlo,

-Fue tremendo lo que me paso. Ya sabes que soy muy dado a los ataques de incontinencia verbal. Soy el responsable lo sé. Pero no el único culpable.
No soy incontinente siempre, sólo cuando me provocan. Un “buenos días” en la consulta del médico, me desata. Lo tomo como una invitación y dale que dale y diciéndome, ahí vas, a tumba abierta.
Hablo a sus oídos pero miro a los ojos. No es suficiente. En esos momentos sólo, y no siempre, me pararía un,
-¡Basta! Córtese por dios. Es usted insufrible.
Y lo soy.
Y no me gusta.
Pero nadie lo dice. Cosas de la educación o la timidez o no meterse en problemas, porque a saber de qué pie cojeo yo.
Fue tremendo.
Había visto la noche anterior un reportaje sobre el maltrato machista y me puse a reventar. No por el maltratador, que éste me pone a ejecutar, o a matar, como más te guste. No, la maltratadora.
Que decía que le decía a su marido, pégame, pero pégame flojito, que no lo oigan los niños, ni los vecinos. Era guapa y joven. Tenía derecho a ser feliz pero no había encontrado su camino a la felicidad.
Pero decir eso. ¿Cómo se puede decir eso?
Inexplicable, intolerable.
No hay que actuar sólo contra él, también contra ella.
Hay que hacer todo lo contrario.
Pégame fuerte cabrón, que lo oigan los niños y los vecinos. Que lo oiga el mundo entero. Para que cuando te dé con la punta de la plancha en todo el cabezón que tienes, que fíjate para lo que te sirve, todo el mundo lo entienda.
Tiene sentido lo que digo, ¿No?
No se trata de “en defensa propia”, Sr, juez, que es que estaba hasta el coño, de que toda la sociedad parezca que sí pero es que no.
Pues ella, pégame flojito.
Válgame Dios.
Es que me había caido simpática y accesible. Muy sencilla con su rebequita y su pañuelo de un solo color.
Pues se puso a llorar como una magdalena. Se fue del consultorio.
Salió la enfermera y al no verla me pasó a mí.
Al salir del empaste, le dije,
-¡Qué miedo le tienen algunos al dentista!
Ella me dijo que no, que la pobre estaba pasando un mal momento, que había algo más. Me dijo no sé qué de una rotura de mandíbula y algo más. Me lo figuré. Una mujer no le rompe a otra la mandíbula, la deja sin pelo, la envenena, pero romper no. Bocazas.
Pero lo tremendo vino unos días después.
Se suicidó. Lo dijeron por la televisión. La reconocí.
Dijeron también que las autoridades no sabían todavía si calificar el suceso como “violencia machista”, que según lo que dijeran los forenses y las investigaciones, ya decidirían.
Salió un familiar y dijo que las cosas se estaban arreglando, que parecía que ya él la maltrataba menos, pero que había sufrido una crisis hacia unos días y había terminado como había terminado.
Y digo yo ahora, ¿Tengo yo la culpa?
Yo qué sabía.
Si tienes que esperar a conocer a alguien a fondo para explicarte vas apañado.
Y lo miré y le dije, por ejemplo, ahora, con el ascensor estropeado, usted ahí delante, los dos en silencio. Que no sabemos cuándo van a arreglarlo. Todo el día nos podemos tirar aquí, callados como muertos.
Algo habrá que contar.
Pero ella era una maltratada, fíjese, qué casualidad. En un dentista te encuentras a una maltratada.
¡Qué cosas tiene el destino!
Sería lo mismo que si ahora, en un ascensor estropeado te encuentras a un maltratador hijo de puta, psicópata.
Hizo una pausa larga.
-Fue tremendo- dijo
Y trató de darse la vuelta en la cama.
Con todos aquellos cables y aquellas vendas moverse era complicado.

Y yo ya no me acordaba de lo que iba a decirle para animarlo.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Aforismos XXXVIII






La Monarquía está por encima de todo. De donde se deduce que no pasa nada por alto, todo por bajo.

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Nacemos, porque si no, ¿A dónde vas a ir?

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Te declaras rebelde, viene la Sociedad de Consumo, te pone una etiqueta y ya está. Comienzas a madurar.

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¡Cómo se repite la vida! Cada año, soy un año más viejo.

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Cuando huele a color rojo, algo sabe a verde, oímos áspero o  tocamos a amargo, estamos frente a las grietas del mundo de nuestros cinco sentido en el que vivimos encerrados. Llamamos sexto sentido a la estrategia del encarcelado.

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Para valorar la bondad con ecuanimidad no hay que olvidar que dentro de sus cualidades no está el respeto.

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No hay nada como oir lo que se quiere oir para estar de acuerdo.

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Pasar del “¿Por qué?” al “¿Pero qué dices?” lleva mucho tiempo… a veces toda una vida.

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La debilidad, casi agresiva, del que va uniformado.

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La vida era del que murió, nunca la muerte, que es de los vivos.

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No soy muy partidario de decirle a alguien que no haga algo, si no tengo nada para que haga.

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Como los colores, somos el reflejo de la vida al chocar con todo lo existente.

martes, 21 de noviembre de 2017

Tres





Tres, eran tres,
las hijas de Elena…..

Refrán popular insertado en la tradición.



Él era arquitecto. Tenía proyectos. Leía revistas del ramo y enseguida se le ocurrían un montón de ideas. Esta para el concurso tal, esta para el otro y esta… y así era capaz de presentarse a todos ellos, habidos y por haber.
Había aprendido a controlarse cuando iba al baño y se encontraba unas bragas. Una cosa que todavía no había aprendido era a no buscar en el lugar correspondiente alguna mancha marronácea. Lo hacía y en paz, sin mayores consecuencias.
El Romanticismo había sido peor que creer en Dios. Todo se había desbaratado desde entonces. No era historiador pero estaba bien informado.
De todas formas, fuese como fuese, escaparía.
Terminó y salió fresco y listo para lo que el día le trajese, aunque sabía por dónde iban a ir los tiros.
Se planchó la camisa. Tenía dos. Consiguió hacerlo sin ira. Escuchaba la música clásica de fondo y escuchaba algo más. Pero a ese algo más no le hacía caso. Se trataba de la armonía.
Le echo un último vistazo al cuarto de baño y pensó que no lo había dejado peor que como estaba al entrar.
Tenía sus propias ideas de las cosas. Aún sin precisar. Sin capacidad para relacionar algo que no fuese inmediato. Por ejemplo, podía suceder que vomitase la papilla por la mañana y la rechazase por la noche, pero no se acordaba de porqué. Si pudiera hablar intentaría preguntarlo.
Se entretenía pasillo arriba, pasillo abajo, hasta que pasaba algo y estaba patas arriba, desnudo, encima de una superficie dura.
Aborrecía aquella imprevisibilidad. No sabía nunca cuando iba a volver a la normalidad.
Y la oscuridad.
Eso sí que era duro. Quedarse ciego, sin poder ver nada familiar. Y claro, sin saber si era para siempre. Porque aún no sabía qué recordar y qué no, así que por regla general, lo olvidaba todo.
El pasillo le gustaba más cuando estaba desierto. Se sentó y quedó apoyado en la pared. El faldón de un abrigo le caía sobre la cabeza. Se vio en el espejo y se puso a reír como un tonto.
Aún estaba riendo cuando la imprevisibilidad lo arrebató.
Había soñado tanto con una vida familiar fácil y clara que ahora al no poder tocarla ni tan siquiera vislumbrarla, creía que estaba permanentemente a la puerta de algo. Pero no era capaz de ir más allá. No tenía imaginación. Todo lo que alcanzaba a imaginar es que alguien llamaba. Ahí se quedaba. ¿Quién había detrás de la puerta? Para saberlo había que abrirla pero nadie llamaba. En la imaginación los ruidos no existen.
Aunque a veces se armaba de valor y la abría.
Al abrirla podía continuar. Imaginar que era una amiga, o un encuestador, o un fontanero. Y se reía.
Luego la cerraba y algún día habría alguien. Para poder continuar, más allá del jardín, de la calle, de la ciudad, del mundo.
Le deprimía tanta ambición y tan poca realidad, por eso casi nunca abría la puerta.
Para ir a la tienda era como no abrirla. Aunque allí se sentía más ella que en ningún sitio, más incluso que en su casa, no se atrevía a decir mi hogar. Veía lo mismo que era y no se podía imaginar que sentirían y eso era estimulante. Pensar lo de cada una de ellas y lo de ella.
Al regresar sentía que se iba dejando en los bancos, en las ramas de los árboles, en alguna mesa de cafetería, en alguna mirada que sorprendía, fragmentos de algo que a duras penas atinaba a pensar que fuera suyo, que fuera ella.
Luego en casa estaba el resto. Los muebles, él y él. A veces venían otros. No era lo habitual. Miró el reloj y corrió al pasillo y lo atrapó. Lo llevo al cambiador, apestaba. Oyó ruidos en la habitación, él seguro que estaba acabando de vestirse. Ella ya estaba. Vigilaba de no mancharse con la mierda de él.
Justo cuando estaba acabando con él, apareció la cabeza de él y dijo,
-¿Estamos listos?
Lo miró y miró a él que descansaba, limpio y seco. Contento.
-Estamos listos- contestó.
Ella, él y él. Tres. Tres. Tres.