Dedico este cuento a
todas las madres,
cuyo amor maternal ha
sido letal
¿Qué tal querida mamá? ¿Cómo estás? Nosotros bien.
Habrás notado que he puesto nosotros y quizás pienses que
hablo de mí y mis compañeros de viaje. Pero no.
Hablo de ella y de mí. Tengo novia. Bueno, novia ya no.
Ahora es esposa.
¿Sorprendida? Te explico.
Me dejaste en el barco, con todo muy bien planeado. Todo muy
detallado y organizado. Un crucero de aventuras por las islas Feroces. Pero
ocurrió algo. Un barco que estaba en el mismo muelle que nosotros había sufrido
un avería. Un barco que hacía una ruta, no de aventuras, sino de cultura, sólo
de chicas.
Te puedes imaginar. Todo contratado y firmado, y resulta que
se avería de tal manera que hace imposible poder zarpar en dos semanas. ¿Qué
hacer? Pues como el barco era de la misma empresa que el nuestro, idearon
acondicionar más camarotes y llevarlas con nosotros, transformando nuestro
viaje de aventuras en un viaje de aventura y cultura.
Pero no te creas que fue sin consultarnos. Se nos reunió a
todos y se nos comento la situación. Naturalmente, nosotros, caballeros,
aceptamos.
Y para que no quedara duda de nuestro correcto
comportamiento firmamos un anexo al contrato que teníamos, explicándolo todo.
Así que no te puede parecer mal. Todo ha sido muy legal.
Como a ti te gusta.
Con las chicas en nuestro barco, el crucero se lleno de
gritos y risas, y el formalismo y la seriedad que ya empezaban a adquirir
consistencia saltaron hechos pedazos.
A Natalia, pues ese es su nombre, la conocí el segundo día.
Justo cuando zarpábamos. Se chocó conmigo y la pobre casi se rompe un brazo.
Cayó al suelo de manera estruendosa, pero no te creas, le quitó importancia y
si no llega a ser porque me empeñé en disculparme casi hasta me pide perdón. Me
recordó mucho a ti, cuando se te mete en la cabeza acompañarme a algún acto y a
pesar de que puedo ir solo, de una manera u otra consigues salirte con la tuya.
Pues esta vez me salí yo con la mía. Me disculpe y la acompañe hasta la
enfermería.
Por el camino nos encontramos con una amiga suya que nos
dijo que hacíamos una pareja estupenda. No me había dado cuenta, pero después a
solas en mi camarote y ella descansando del golpe en el suyo, pues al final el
brazo no se había roto, pensé que efectivamente, sí que la hacíamos.
En fin, que me puse a preparar las cosas para el día
siguiente, pues había un coloquio sobre las islas que íbamos a visitar, cuando
oí unos toques suaves en la puerta. Era ella.
Me dijo que no hacía falta que abriera, que sólo quería
decirme que estaba bien, que no me preocupase y durmiese tranquilo. Fíjate qué
gentil, mama.
Dormí muy bien.
Al día siguiente, cuando ya me había aseado y me disponía a
salir a desayunar, ella volvió a llamar.
Esta vez sí le abrí.
Quería que viera lo bien que estaba y que del golpe ya no quedaba nada.
No podía soportar, dijo,
que estuviera sufriendo por ella. Fíjate, lo mismo que me dices tú
algunas veces.
Total, que salimos juntos y desayunamos unos alimentos
riquísimos en una mesa en cubierta. Una maravilla.
Ah, se me olvidaba. Le gusto mucho todo mi equipaje.
Especialmente las maletas de piel con cierres dorados, que tanto te gustaron a
ti. Festejó casi todas mis pertenencias. Le dije que se llevaría muy bien
contigo pues casi todas ella menos la pluma Mont Blanc que me regaló papá las
navidades pasadas, las habías elegido tú.
Se sorprendió un poco, pero luego me dijo que tenía una
madre que sabía muy bien lo que se traía entre manos.
Todo el mundo dice eso de ti, hasta papá cuando voy a visitarlo
y se enfada cuando hablamos y sales en la conversación.
Es muy hermosa, mamá, tengo que decírtelo. Para mí, la más
hermosa del barco.
Pasamos el día, casi entero, juntos.
Tiene una conversación muy general sobre todo. No se mete en
reflexiones u opiniones. Si habla del crucero, dice que es muy grande y está
muy limpio. Si le pregunto por la comida, pues que es muy abundante y sabrosa.
Y así, con todo.
A mí me parece que tiene una conversación de reina. Es
fascinante.
El segundo día había baile. Así que me lucí. Deslumbré, más
bien. Gracias a ti y a las tardes que nos hemos pasado bailando en casa. Y ella
se ha dejado llevar muy bien.
Tengo que confiarte algo. Tener su cuerpo entre mis brazos o
tener el tuyo no se parecen en nada. No te lo tomes a mal, tú eres mi madre, y
ella, no. Ya me entiendes.
Fuimos nombrados la mejor pareja de bailarines del crucero.
Fue un día esplendido y pasó lo que tenía que pasar. Ya sabes, un día completo
que acabó en la cubierta del barco, escuchando la música que llegaba desde el
salón de baile, a la luz de la luna y sin darme cuenta, no sé cómo sucedió, con
ella entre mis brazos. Pero esta vez, sin bailar.
Nos besamos. Nos besamos apasionadamente.
Por un momento pensé que iba a pasar algo trascendental,
sentí temor, pero ella se sobrepuso y me confesó que aunque lo deseaba tanto
como yo, más que nada en el mundo, deberíamos esperar. Era mejor tener
paciencia. Se despidió de mí y me dejó apoyado en la barandilla del barco
soñando en cómo hubiera sido todo si se hubiera quedado junto a mí. Pero hoy
sé, que hizo bien, que tuvo razón.
Pensé volviendo al camarote en escribirte y contarte todo lo
que me estaba pasando pero estaba tan conturbado que nada más poner la cabeza
en la almohada me perdí en mil pensamientos y caí dormido sin darme cuenta.
Ella procede de una familia “muy normal” del interior del
país. Entrecomillo lo de muy normal porque a mí no me lo parece. Valora las
cosas como si toda su vida hubiera vivido rodeada de lujo y riqueza.
Pero me da igual. A mí es ella la que me gusta.
Le cuento cosas, y no paro, de nosotros.
CONTINUARÁ