domingo, 27 de octubre de 2019

Escribimes y escribiretes VI



Se le dice a un niño: Aprende a hacer algo bien, cuando lo sepas ya podrás volver a hacerlo mal.
Con los prejuicios pasa lo mismo. Puesto que no podemos vivir sin ellos, aprendamos a prescindir de ellos. Cuando sepamos cómo hacerlo, entonces podremos volver a vivir con ellos. Pero ya con la conciencia de nuestro defecto.

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“…el sonido musical no lleva el lastre de la carga semántica y, en consecuencia, está abierto a mil distintas interpretaciones…”, dice Salvador Pániker para probar que la literatura no puede competir con la música.
Posiblemente. Pero, ¿No hay carga semántica en la música o lo que sucede es que no sabemos concretarla?
Estaríamos diciendo que el texto literario pertenece a un estadio menos desarrollado, más primitivo, que el texto musical. Que eso que nos emociona, que despierta mil sensaciones en nosotros, y que no podemos explicar no es porque no haya semántica, si no que todavía somos muy poco capaces de explicar lo que se intenta expresar con la música. Somos todavía muy toscos para este arte.
Aunque quizá también es posible que la literatura se haya quedado anquilosada y también ella puede en un futuro caminar hacia un aligeramiento de su semántica.

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Me dijo,
-Es una regla muy básica, si la cumples seguro que serás un hombre justo, ecuánime, digno: “No le hagas a los demás lo que no quieres que los demás te hagan a ti”
Yo comenté,
-Es una buena norma. Piensas en hacer algo y si no lo ves claro, piensas entonces cómo te sentirías si alguien te lo hiciera.
Él añadió,
-Y sobre todo es una buena regla porque si alguna vez le haces algo indebido a alguien, injusto, indigno y luego resulta que eso mismo te lo hacen a ti, reaccionaras en consecuencia apropiadamente y lo acataras como no puede ser de otra manera.
A eso se le llama consecuencia.

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Quizás si el corazón se hubiera encargado de pensar y el cerebro de sentir nos hubiera ido mejor. No habríamos inventado la rueda, ni descubierto el fuego, ni internet pero nos hubiéramos librado de ser tramposos, vanidosos y algunos defectillos más que arrastramos desde que dejamos de arrastrarnos y nos pusimos de pie. Total, ¿pa qué?

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Si valoras la Justicia por encima de todo y pretendes que en cada acto protagonizado o participado por ti ésta esté en su plenitud, serás siempre una persona con hándicap, desventaja.
En pocos sucesos la Justicia brilla en todo su esplendor. La mayoría de las veces se aprecia su contorno, pues debido a neblinas varias, éste queda difuminado. En otras ni tan siquiera se la puede ver.
La Justicia es uno de esos conceptos que indican una dirección sin que por eso llegues nunca a destino. Sólo te sitúan: Estás en la periferia de lo correcto. Tú verás.
La Justicia, su afán, como el orden y la perfección paralizan. La vida es el resultado de la suma de infinitas variables y sigue su propio camino.

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A estas alturas de mi vida no tengo muy claro si es mejor desconfiar de alguien y actuar en consecuencia o confiar y sentirse decepcionado.
En el primer caso sucede que por desconfiar se pierden muchas oportunidades y en el segundo caso lo más que te pasa es que alguien te ha decepcionado.
Y eso no es tan tremendo, porque ¿A cuántas personas puedes haber decepcionado tú?

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