domingo, 11 de febrero de 2018

Nostalgia (2ª parte)



Nada de eso despertó en mí preocupación. Sobre costumbres sexuales los seres humanos vamos servidos. Pero hubo un cambio alarmante la vez que después de follar y dormitar, me bajé de la cama y a cuatro patas me desplace hasta el cuarto de baño a mear. Ella, al verme, entre risas me imitó. No la dejé llegar al servicio y en el pasillo echamos un polvo tan apasionado que al sentir el golpeteo en la pared, pensé, al otro lado pensarían que tenemos un terremoto solo para nosotros.
Ella fue más precisa,
-Joder, parecemos animales.
No fue mi novia definitiva y se perdió en el tiempo. Seguramente ni se acuerda del hecho. Pero para mí se convirtió en el punto de no retorno, en rutina. Siempre tenía que ser así.
Y en función de cómo viera a mi acompañante de turno planteaba el asunto antes o después, con mayor o menor intensidad.
Era mi fantasía sexual hecha realidad. Andar erguido, vaya tontería. ¡Qué atraso! ¿Para qué? ¿No sería el andar erguido el comienzo de todas las desgracias acaecidas al ser humano?
Así podía suceder que me llevara a alguna amiga a casa y ya desde que poníamos el pie en la entrada  hasta que salíamos, en plan como de broma, debíamos andar a cuatro patas. Recuerdo una ocasión, bastante cargados, en que nos quitamos la ropa a dentelladas. Quitar unas hebillas de unas sandalias con los dientes es como para desalentar a cualquiera. Pues a mí me enfebreció más. Como si me enfrentara a toda la humanidad, empeñada en seguir el camino erróneo.
Lo que se despertó con mi necesidad sexual no paró de crecer y como vivía solo pues andar a cuatro patas por el piso se convirtió en mi forma habitual de desplazarme. Podía haber pasado el día de cualquier manera, estresado por una entrega inminente, aburrido por estar atravesando una época floja de ventas, lo que fuera. Era llegar a casa y ponerme a cuatro patas, previo abandono de la ropa en la entrada, de forma parecida a como cuando cansado te tiras en el sofá. Era una necesidad perentoria que iba más allá del descanso. No ver más que el suelo, el horizonte a cincuenta centímetros de ti, las manos ocupadas, el cuerpo apoyado en cuatro patas. Olvidado de ese ser erguido, en precario equilibrio que se cree el rey de la creación. Reintegrarse al mundo del que llegamos. Como mucho permanecer agachado, en cuclillas o tumbado. Nunca erguido. O sentado, haciendo un esfuerzo.
Erguidos. No me costaba nada ir por la calle y ver lo ridículos que estábamos todos erguidos. ¿Cómo no se daban cuenta todos?
Las mujeres, tan hermosas a cuatro patas, mostrando por detrás sus nalgas y su sexo, los pechos colgándoles y su cara, mirándote desafiadora desde la seguridad de estar apoyada en cuatro baluartes, esperándote para pasear, como perro y perra, caballo y yegua, o esperándote cuando por detrás te oye llegar y siente tu aliento caliente y ávido.
¿Qué hacen erguidas? Disimulando sus nalgas, sus pechos aplastados, abriéndose de piernas, bocarriba, en signo de rendición,  para que te pongas encima. Después ducharse y erguirse. Tremendo. ¿Hay algo más decadente? La ceremonia a un lado.
Esta decisión mía de vivir según mi deseo más intimo tenía evidentemente un problema. Vivir solo o encontrar a alguien con quien compartirlo.
No veía la razón de por qué mi inclinación había de condenarme  a vivir solo. No hacía daño a nadie y no tenía la intención de forzar a nadie a compartir mi vida. Tenía que encontrar a la persona adecuada.
Y convencerla.
A veces me mira, como dudando, peor verme tan equilibrado y sereno la ha convencido de que quizás yo tenga razón. Que nuestra costumbre no salga de entre nuestras paredes es la única condición que ha puesto. La he aceptado.
¿Qué otra cosa podía hacer?
Pienso mejor a cuatro patas, o creo que el cuerpo una vez pasada la extrañeza, agradece ese no erguirse. Que la columna se muestra agradecida por no tener que pasarse el día soportándose a sí misma y al cuerpo a la vez. Que el cerebro descansa pues entre otras cosas no tiene una función delicada y escogida para las manos. Eso libera mucha energía. Unas manos que por otro lado tampoco son tan necesarias como antes. ¿Dónde están aquellos oficios que antes se desempeñaban? La razón de esas calles que se llaman todavía de zapateros, encurtidores o barberos.
Quizás en algún momento de nuestra evolución fue necesario erguirse y darle a las manos la responsabilidad de exigir al cerebro más implicación pero eso ahora ya comienza a ser superfluo. Con un dedo en cada mano prácticamente se puede hacer todo lo necesario para sobrevivir en el mundo de hoy.
Esas consideraciones y otras le llueven como ideas aprisionadas que, cual caballos salvajes,  que ven abiertas las puertas del corral que durante el tiempo de andar erguidos han estado cerradas, ahora salen en estampida.
No me cabe la menor duda de la conveniencia de andar a cuatro patas. Más de una vez he debido ausentarme de reuniones, ante una duda o una decisión, para en privado ponerme en esa posición y pensar sobre ello. Una vez adoptada la postura, la mente ha fluido y en pocos segundos he dado con la respuesta. Siempre la mejor respuesta.
Así que tengo pruebas.
Compartir ese descubrimiento, llevármelo a la tumba conmigo o intentar que el hallazgo se afiance en nuestro hijo y que él sea el que mantenga la batalla crucial son las opciones que se me ofrecen.
Según opte por un camino u otro, ustedes lo sabrán.
El plazo inmediato, el medio plazo o el plazo largo, uno de los tres, les indicará cual ha sido mi decisión.

FIN

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