lunes, 18 de septiembre de 2017

Stand by you



No pasaba una buena época.
Bueno, pasaba una época peor de lo acostumbrado.
Había acabado mi último proyecto y me preguntaba si no sería el último de verdad.
Mi secretaria, mi última empleada, se había ido, diciéndome,
-Es continuar aquí y morirme.
Y debía ser verdad, porque a pesar de pagarle espléndidamente  se había autodespedido.
Le dije,
-¿No quieres el finiquito?
Y se alejó carcajeándose, hacia los ascensores.
El finiquito. Es para reírse, desde luego.
Finiquito de Triana.
El finiquito, la puntilla, o algo así.
La cosa es que sonó el teléfono.
-¿Si?
No contestó nadie.
¿Quién será?
Había un millar de sospechosos.
Hasta podía ser mi secretaria. Que quiere saber cómo sigue todo.
No tengo prisa, espero.
Al cabo de unos segundos,
-No sé quién eres pero no importa y no voy a colgar.
Hago una pausa.
-No voy a colgar nunca. Así que tú verás.
Enciendo un cigarrillo.
-Acabo de encender un cigarrillo. No sé con qué intención has llamado pero no sabes dónde te has metido. No lo sabes tú bien. Te creerás que al llamar llevas la iniciativa pero ya no es así. Hace un buen rato que ya no es así. Es como si al llamar hubieras caido en una trampa.
Doy dos caladas.
-Acabo de dar dos caladas y hay bastantes probabilidades de que participes en mi próximo proyecto. Como ves te estaba esperando.
Me callo e intento escuchar su silencio, su respiración.
-Posiblemente no te has equivocado de número y me conozcas y sepas quién soy. O creas saber quién soy. Estoy haciendo memoria y no conozco a nadie, vivo o muerto, que me haya conocido en toda mi extensión. En toda mi jodida e inevitable complejidad. Lo que me lleva a pensar que aunque te muestre una de mis facetas es muy poco probable que ésta coincida con la que de mí puedas tener. Así pues tendrás conocimiento de al menos dos caras de mi poliédrica personalidad. Lo que te convierte en uno de los seres que mejor me conoce.
¿Sigues ahí?
Nadie contesta.
-Entre más te empeñes en permanecer en silencio más grande será tu derrota. Tu derrota ahora se mide en minutos y está engrandeciéndose.
Hago un breve silencio. Después continúo.
-Tengo sobre la mesa una navaja barbera. Ya sabes, uno de esos artilugios cuya sola presencia augura el rojo. ¿No te parece raro las pocas veces que a un barbero se le ha ido la bola y le ha rebanado el pescuezo a un cliente?
Yo, al menos, no conozco a ninguno. Aunque haberlos tiene que haberlos.
Calló de nuevo. Nada.
-Acabo de hacerme un pequeño corte en la yema del dedo pulgar derecho. Soy siniestro, quiero decir, zurdo. Un maldito. Tú no sabes lo que es ser zurdo. Es como ir todo el rato por el lado contario de la autopista y que todos te eviten y hagan como si fueras en la dirección correcta. No se puede sentir mayor desprecio. ¿Cómo se anhela en esos momentos un enfrentamiento, un choque frontal! Un enorme camión de diez ejes que se funda contigo en un abrazo inolvidable. Bueno, lo cierto es que la sangre está manando. No temas, no me voy a suicidar. Sólo quiero dejarme hecho un asco. Que llames al 112 y digas que en el teléfono tal, no pongo el número para evitar que millones de lectores colapsen el mundo de las telecomunicaciones, y después de todo tú ya lo tienes pues me has llamado, hay un tío loco diciendo y haciendo barbaridades.
De nuevo hago una pausa y presto atención.
-Veo que sigues ahí pues te escucho pensar. Ahora acabo de alejar de mí la navaja barbera y de tomar el lápiz. Yo, como Robert Walser, si sabes quién es empezarás a sospechar por donde va todo y a lamentarte de haber llamado, escribo a lápiz.
Y ahora sí que voy a ir en serio. Así que tú mismo o tú misma.
Antes, para no manchar de rojo la página en blanco me chupo el dedo gordo derecho. Ya sabes, todo lo que está a la derecha gusta de esas dedicaciones.
Ja, Ja, Ja, Ja, Ja.
No te alarmes es una risa impostada. Fingida. La saliva es curativa. Yo creo que por eso somos tan dados a lamer y chupar. No es algo consciente, es algo instintivo. Un lameculos es sobre todo un hombre que acumula saberes de la tribu. Sabe lo que hace porque sabe mucho. Lo que sabe oculta lo que siente. No es un adelantado a su tiempo porque en cierta manera es un látigo del tiempo. De las épocas. Esto se llama pensar en positivo. Traer a colación a un lameculos y acabar en la arqueología. Pensar en positivo. Valiente gilipollez. A mí págame un buen sueldo y después déjame pensar como me salga de los huevos. Bien, puesto que no osas identificarte, ni hacer acto de presencia con algo de tu voz, voy a proceder a escribir mi próximo proyecto en el que por supuesto estás tú y en el que tarde o temprano va a salir a relucir tu número de teléfono que tengo aquí grabado en la pantalla, porque me va a importar tres cojones que te frían a llamadas, mensajes y demás prestaciones de bombardeo que han traído las nuevas tecnologías. ¿Lo habías pasado por alto? ¡Eh! Empiezo.
Proyecto.
En ese momento oigo el clic pero ya es demasiado tarde. Ya no puedo parar.
Colgaste, cobarde de mierda.
Corre y refúgiate en esos escaparates donde brilla la bisutería y la quincalla. Y nadie, pero nadie, nadie te va a lamer el culo con la consciencia que yo podría haberlo hecho.
Maldito lector, púdrete.
Y empecé.
No pasaba una buena época…

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