No pasaba una buena época.
Bueno, pasaba una época peor de lo acostumbrado.
Había acabado mi último proyecto y me preguntaba si no sería
el último de verdad.
Mi secretaria, mi última empleada, se había ido, diciéndome,
-Es continuar aquí y morirme.
Y debía ser verdad, porque a pesar de pagarle
espléndidamente se había autodespedido.
Le dije,
-¿No quieres el finiquito?
Y se alejó carcajeándose, hacia los ascensores.
El finiquito. Es para reírse, desde luego.
Finiquito de Triana.
El finiquito, la puntilla, o algo así.
La cosa es que sonó el teléfono.
-¿Si?
No contestó nadie.
¿Quién será?
Había un millar de sospechosos.
Hasta podía ser mi secretaria. Que quiere saber cómo sigue
todo.
No tengo prisa, espero.
Al cabo de unos segundos,
-No sé quién eres pero no importa y no voy a colgar.
Hago una pausa.
-No voy a colgar nunca. Así que tú verás.
Enciendo un cigarrillo.
-Acabo de encender un cigarrillo. No sé con qué intención
has llamado pero no sabes dónde te has metido. No lo sabes tú bien. Te creerás
que al llamar llevas la iniciativa pero ya no es así. Hace un buen rato que ya
no es así. Es como si al llamar hubieras caido en una trampa.
Doy dos caladas.
-Acabo de dar dos caladas y hay bastantes probabilidades de
que participes en mi próximo proyecto. Como ves te estaba esperando.
Me callo e intento escuchar su silencio, su respiración.
-Posiblemente no te has equivocado de número y me conozcas y
sepas quién soy. O creas saber quién soy. Estoy haciendo memoria y no conozco a
nadie, vivo o muerto, que me haya conocido en toda mi extensión. En toda mi
jodida e inevitable complejidad. Lo que me lleva a pensar que aunque te muestre
una de mis facetas es muy poco probable que ésta coincida con la que de mí
puedas tener. Así pues tendrás conocimiento de al menos dos caras de mi
poliédrica personalidad. Lo que te convierte en uno de los seres que mejor me
conoce.
¿Sigues ahí?
Nadie contesta.
-Entre más te empeñes en permanecer en silencio más grande
será tu derrota. Tu derrota ahora se mide en minutos y está engrandeciéndose.
Hago un breve silencio. Después continúo.
-Tengo sobre la mesa una navaja barbera. Ya sabes, uno de
esos artilugios cuya sola presencia augura el rojo. ¿No te parece raro las
pocas veces que a un barbero se le ha ido la bola y le ha rebanado el pescuezo
a un cliente?
Yo, al menos, no conozco a ninguno. Aunque haberlos tiene
que haberlos.
Calló de nuevo. Nada.
-Acabo de hacerme un pequeño corte en la yema del dedo
pulgar derecho. Soy siniestro, quiero decir, zurdo. Un maldito. Tú no sabes lo
que es ser zurdo. Es como ir todo el rato por el lado contario de la autopista
y que todos te eviten y hagan como si fueras en la dirección correcta. No se
puede sentir mayor desprecio. ¿Cómo se anhela en esos momentos un
enfrentamiento, un choque frontal! Un enorme camión de diez ejes que se funda
contigo en un abrazo inolvidable. Bueno, lo cierto es que la sangre está
manando. No temas, no me voy a suicidar. Sólo quiero dejarme hecho un asco. Que
llames al 112 y digas que en el teléfono tal, no pongo el número para evitar
que millones de lectores colapsen el mundo de las telecomunicaciones, y después
de todo tú ya lo tienes pues me has llamado, hay un tío loco diciendo y
haciendo barbaridades.
De nuevo hago una pausa y presto atención.
-Veo que sigues ahí pues te escucho pensar. Ahora acabo de
alejar de mí la navaja barbera y de tomar el lápiz. Yo, como Robert Walser, si
sabes quién es empezarás a sospechar por donde va todo y a lamentarte de haber
llamado, escribo a lápiz.
Y ahora sí que voy a ir en serio. Así que tú mismo o tú
misma.
Antes, para no manchar de rojo la página en blanco me chupo
el dedo gordo derecho. Ya sabes, todo lo que está a la derecha gusta de esas
dedicaciones.
Ja, Ja, Ja, Ja, Ja.
No te alarmes es una risa impostada. Fingida. La saliva es
curativa. Yo creo que por eso somos tan dados a lamer y chupar. No es algo
consciente, es algo instintivo. Un lameculos es sobre todo un hombre que
acumula saberes de la tribu. Sabe lo que hace porque sabe mucho. Lo que sabe
oculta lo que siente. No es un adelantado a su tiempo porque en cierta manera
es un látigo del tiempo. De las épocas. Esto se llama pensar en positivo. Traer
a colación a un lameculos y acabar en la arqueología. Pensar en positivo.
Valiente gilipollez. A mí págame un buen sueldo y después déjame pensar como me
salga de los huevos. Bien, puesto que no osas identificarte, ni hacer acto de
presencia con algo de tu voz, voy a proceder a escribir mi próximo proyecto en
el que por supuesto estás tú y en el que tarde o temprano va a salir a relucir
tu número de teléfono que tengo aquí grabado en la pantalla, porque me va a
importar tres cojones que te frían a llamadas, mensajes y demás prestaciones de
bombardeo que han traído las nuevas tecnologías. ¿Lo habías pasado por alto?
¡Eh! Empiezo.
Proyecto.
En ese momento oigo el clic pero ya es demasiado tarde. Ya
no puedo parar.
Colgaste, cobarde de mierda.
Corre y refúgiate en esos escaparates donde brilla la
bisutería y la quincalla. Y nadie, pero nadie, nadie te va a lamer el culo con
la consciencia que yo podría haberlo hecho.
Maldito lector, púdrete.
Y empecé.
No pasaba una buena época…
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