Yo escuche la historia de forma fragmentada, por boca de dos
negros, uno, bienintencionado, con ganas de acentuar las cosas buenas, eso que
se llama de forma tan repugnante, por lo inútil, “ser positivo”, y el otro,
también bienintencionado pero con la firme voluntad de no despegarse de la
realidad, con la sabia intención de no darse de bruces o hacerse daño cuando el
positivismo se dispara como un cepo y te atrapa ya para siempre o te deja
mutilado.
Se contaba la historia de uno de los negros más famosos de
nuestro tiempo y empezaba positivamente de esta manera,
“Me cayó bien aquel blanco. Íbamos sentados juntos en el
tren y se levantó para ir al servicio, dejando sobre su asiento todas sus
cosas, justo cuando estábamos a punto de llegar a mi parada.
Él lo sabía porque estaba presente cuando yo le dije al
revisor mi destino para que me entregara el billete. O sea, yo podía coger
todas aquellas cosas y llevármelas. Es lo que los blancos suelen pensar de los
negros. Son unos ladrones, gente de poco fiar.
Sí, ya sé que robar, robar robamos, los blancos también,
todos. Sí, pero los negros más. Eso está grabado indeleblemente. Sin
posibilidad de borrado.
Sin embargo aquel blanco fue al servicio en aquel momento,
dejando sus objetos valiosos sobre el asiento, así que no pude por menos que
emocionarme. Es lo que le pasa a los desvalidos, a los indefensos cuando
sienten el menor gesto de afecto o de confianza. Así que cogí sus papeles que
había dejado debajo de la Montblanc y en una esquina de una hoja escribí con
ella: Gracias. El negro que había al lado.
Me bajé cuando el tren paró y él todavía no había vuelto.
Nunca olvidaré a aquel blanco, dándome alas con su confianza
en mí.”
Enternecedor, ¿No? Decididamente positivo, ¿No?
Sin embargo hay una variación de esa historia que me fue
contada, entre risitas, por otro negro, con un final más aceptable y más acorde
con lo que ha sido y es la lucha de los negros por conseguir ser tratados como
blancos. O sea en consonancia con la realidad acomodada sobre la espalda del
racismo.
Resulta que en esta versión el negro que sí está en la
situación que se ha descrito anteriormente, no deja ninguna nota de
agradecimiento al blanco confiado, sencillamente porque no se bajó en la
estación que le tocaba.
No se fiaba de nadie en el vagón, ni de blancos ni de de
negros, y cualquiera de ellos ante su ausencia si descendía en sus estación
podía apropiarse de los objetos abandonados momentáneamente en el asiento y el
blanco, al regresar y no verlos ni verle a él, le haría responsable de la
sustracción.
Esperó pues a que regresara el blanco, custodiando sus
objetos, y una vez ya regresado el blanco a su asiento, en la siguiente
estación descendió. En el próximo tren que pasase en dirección contraria
regresaría a su estación.
Lo que no me contó este último narrador es si el blanco ante
la presencia del negro, se extrañó, y le preguntó por la razón de no haber
bajado en su estación. O si simplemente ya lo había olvidado o nunca lo tuvo en
cuenta al no haber estado atento al momento en que aquel negro compró el
billete.
Esta es una historia que no sé si me la he inventado o la he
leído en algún lugar y ahora la pongo aquí… Como lo apunto todo.
Pero, sea como sea, creo que debía escribirla.