23 de abril, 10:00
h de la mañana.
Suena el timbre.
Abro la puerta.
Es Josep Pla.
Hace treinta y seis años que murió. ¿Qué hace
aquí?
Estoy extrañado, aunque no mucho. Me ha
ocurrido otras veces.
Recuerdo la noche que pasé en vela esperando
a que mi mujer se decidiera a soltar a mi hija mayor. Estaba leyendo “El
perseguidor y otros relatos” y alguien se sentó a mi lado. No miré. Pero no
pude evitar escuchar,
-Che, mira que sos boludo, si podés tener el
original porque te conformás con una copia.
Era un barbudo, desgarbado, con acento
argentino. Pasamos la noche hablando de jazz, de las francesas y fumando un
cigarrillo tras otro.
Al amanecer vinieron a decirme que ya era
papá, así que tuve que despedirme.
-¡Cómo me gustaría haber escrito el cuento de
los habitantes del subte!- le dije a modo de despedida.
-¡Y a mi cómo me hubiera gustado tener una hija,
che!
Se alejó andando muy parecido a como hablaba
pero sin el acento.
Otra vez, en la autopista, en un viaje a La
Alcarria, de madrugada, paré a repostar y con las prisas pagué y salí zumbando.
Cuando llevaba recorridos unos doscientos metros me acordé del tapón del
depósito. Paré y me puse a buscarlo. A mi espalda escuché,
-¿Le echo una mano? Hace un frío del carajo.
Y se puso a buscar conmigo. Claro, que al
cabo de quince minutos me indicó un puticlub que había al otro lado de la autopista.
-¿Tomamos algo? Este frío es insoportable.
Y allá que fuimos. Al entrar escuche una voz
femenina,
-¡Hola, cuánto tiempo!
Se ve que era el fantasma del puticlub.
Y así unas cuantas veces más.
Y ahora, allí tenía a Josep Pla. Fue él quien
rompió el silencio.
-Se ha cumplido su deseo- dijo.
No entendía.
-Se ve que ha deseado poder dar un paseo
conmigo por Palafrugell y aquí estoy. Al menos eso es lo que Dios me ha dicho-
explica.
-¿Dios? ¿Está usted en el Cielo?- le
pregunto.
-¡Qué!, ¿Le extraña?
-Hombre, como se dice que si fue usted espía
de Franco- argumento.
-Pero, ¿Dónde se cree usted que está
Franco?- dice mirándome con los ojos
como rendijas.
-¿En el Cielo?- aventuro.
-Se tiene una idea un tanto confusa sobre lo
que es el Cielo. Claro, que teniendo a la Iglesia como fuente de información-
comenta.
Nos quedamos en silencio, mirándonos.
-Bueno, ¿Qué?- apremia.
En eso recuerdo que estaba friendo unos
huevos cuando sonó el timbre. Corro a la cocina y apago el fuego.
-Estaba haciéndome el desayuno. ¿Le apetece?
-No, no, vamos a dar el paseo- dice
impaciente- Tengo todo el tiempo del
mundo pero también mucho que hacer.
-Bueno- admito- Pues vayamos.
Me pongo la chaqueta y la gorra. El lleva un
traje de pana negro, una camisa blanca con una corbata insignificante, su boina
y en la boca una colilla apagada. Calza unas alpargatas.
Salimos a la calle y enfilamos Anselm Clavè. Nada
más entrar en la calle sale de una de las casas mi vecina árabe.
Josep Pla la mira y dice,
-Veo que las mujeres siguen igual, pensé que
con la apertura que comenzaba cuando me fui, ahora andaría la cosa más
adelantada.
Lo saco de su error explicándole que es una
señora marroquí. Que en Palafrugell el porcentaje de vecinos de procedencia
árabe es casi un veinte por ciento.
-¿Hay guerra en Marruecos?- pregunta con
curiosidad.
-Guerra no, lo que hay es una miseria de
espanto. Y han venido hasta aquí en busca de una vida mejor- le digo.
-O sea como antes andaluces y murcianos, y
antes de antes, nosotros- dice.
-¿Nosotros?- inquiero.
-Sí, los de “soca rel”. De algún sitio
tuvimos que venir, ¿No?- me espeta.
Visto de esa manera, pues sí.
Le da una chupada a la colilla y veo que se
le enciende, así, sin más. Alza la mano
izquierda y aparece en su mano un vaso de vino.
Lo miro sorprendido.
-Privilegios de muerto- me dice.
Seguimos calle abajo, yo con las manos en los
bolsillos y él con su cigarrillo y su vasito de vino al que va dando sorbos de
vez en cuando.
-Y dígame, ¿Qué le parecen mis escritos?-
pregunta.
-Pues casi todo me gusta mucho. Algunas cosas
se nota que están escritas a corre cuita pero por lo demás sus textos me
parecen estupendos- digo.
-¿Cuáles le parecen escritos a corre cuita?
-Hombre, pues lo escrito desde Rusia, por
ejemplo.
Se queda reflexionando.
-Puede que tenga razón, pero es que Rusia es
muy grande y con tan poco tiempo…
Desembocamos en Torres Jonama y nos paramos
en la esquina.
-Si seguimos calle abajo, a mano izquierda
está mi casa del carrer Nou- me explica.
-Sí, ahora es la sede de una fundación que
lleva su nombre.
-¿Ah sí? ¿Y a qué se dedica?
-Conserva sus manuscritos, su biblioteca, se
llevan a cabo actos culturales, talleres literarios, conciertos. Tiene mucho
éxito. Vienen muchos turistas.
-Turistas- dice para sí.
Tomamos la calle en dirección a Plaça Nova.
Entramos en el supermercado de la cadena Día.
-¿Esto qué es?- pregunta sorprendido.
-Son las “botigues” de ahora.
-¿Y la botiga de la Teresa y Can Francesc?-
pregunta.
-No las he conocido.
Nos acercamos a uno de los paquistanís que
trabaja de dependiente,
-Por favor, ¿La crema catalana?
No me entiende. Siempre pasa. Viene el
encargado que comprende un poco el castellano. Le repito la pregunta y
amablemente me indica su ubicación. Josep Pla se tapa los ojos como si
estuviera deslumbrado.
-¿Qué le pasa?- le pregunto.
-Esto parece una feria.
Le echa un vistazo a las estanterías donde
están los tampones y las compresas. Después mira hacia los detergentes y las
conservas, pasa la mano por la ristra de cepillos de dientes de diferentes
marcas que hay expuestos.
Se tambalea.
-Necesito aire fresco- me dice.
Cojo dos plátanos y le ofrezco uno.
-No, hombre, yo no como. Si estoy muerto.
Compro un solo plátano y salimos a la calle.
Nos dirigimos hacia el carrer Estret.
-¿Ahí que pasa?- me pregunta antes de cruzar
Torres Jonama, señalando el puesto de la ONCE.
-Venden lotería.
-¿Y eso qué es?
-Eso es un aparato para pagar cuando aparcas
el coche en estas zonas marcadas con color azul.
Dio una chupada al cigarrillo que volvió a
brillar y dejó el vaso de vino encima del aparato.
Parece entender todo lo que le estoy
diciendo.
Entramos en el “Carrer Estret”.
-¿La reconoce? Tiene usted una novela con ese
mismo nombre.
Le señalo el trozo de chapa que hay
incrustado en el suelo.
-Mire, aquí han puesto un fragmento de sus
escritos.
Lo mira sin leerlo.
-En el suelo, para que pueda pisarlo todo el
que quiera- comenta.
Al desembocar en la calle Cavallers se fija
en las fachadas y señala la abundancia de Bancos. Acto seguido se para y me
dice,
-Escuche, a usted le parece que este paseo
que estamos dando satisface sus expectativas, porque a mí, la verdad, me ha
supuesto un gran esfuerzo venir aquí.
Por un momento estoy tentado de preguntarle a
qué se dedica en ese Cielo en el que reside y en el que parece que también está
Franco, pero desisto tras una breve vacilación. Tengo mucha imaginación pero no
alcanzo a pensar nada tranquilizador al respecto. Así que me limito a
contestarle,
-Las satisface de sobra, señor Pla.
Llegamos por fin a Plaça Nova.
Se detiene y le echa un vistazo.
-El perfil de la ausencia se mantiene, el
espacio de lo que nunca se ocupa es el mismo.
Y a continuación,
-No hay más que sillas y mesas. ¿Qué es la
plaza, un merendero o algo así?
- No, no, son mesas de los bares que hay en
la Plaza- le aclaro.
Mira la pastelería Serra.
-Estos Serra, ¡Qué trabajadores han sido
siempre!
A continuación observa la fachada del
Fraternal con visible satisfacción.
-¡El Fraternal! Cuántas horas cálidas y
acogedoras he pasado aquí. Espero que dentro se haya mantenido igual. Si me lo
garantiza, entramos. Si no, prefiero que no.
-Se lo garantizo. Sigue siendo un lugar
social en el que reflexionar sobre las cosas importantes y fundamentales de la
vida, se juega a la butifarra, al remigio, al ajedrez y se dormita.
Parece tranquilizarse.
-Pero no se puede fumar. Ahora en toda España
está prohibido fumar en lugares cerrados.
-¿Y eso?
-Porque el tabaco perjudica seriamente la
salud y mata- le digo.
-¿Está prohibido el tabaco?
-No, no, lo vende el Estado. En lugares
abiertos sí se puede fumar.
Lo de que hay playas en que también está
prohibido fumar lo obvio. No sabría muy bien cómo explicarlo.
-¿Qué pasa, que fuera de los locales cerrados
no perjudica la salud ni mata?
Le pongo amigablemente una mano en el hombro
y le invito a proseguir.
-¡Qué! ¿Vamos a tomar un café y una copa?
-Vamos, vamos.
Andamos unos metros y se vuelve a parar.
-¿Usted está sacando algo en claro de mi
visita?
-Vera, mi intención, no es que yo saque algo
en claro, si no en dar un paseo con usted por el pueblo que actualmente se
llama Palafrugell y que después usted escriba un texto sobre esta visita.
-¿Eso también lo explicitó en sus
pensamientos?- me pregunta.
-Pues creo que sí.
-¿O sea que lo sabe Dios?- inquiere.
-Pues no sé. Eso lo sabrá usted mejor que yo-
le contesto.
-Lo sabe, lo sabe. Se entera de todo- dice
resignado.
Comienza a andar,
-O sea, que cuando llegue me va a poner a
escribir- admite.
Antes de entrar se fija en el edificio de al
lado.
-¿Qué ha pasado con el Mercantil?
No puedo resistirme,
-En España ahora no hay clase adinerada. Debido
al buen hacer de los gobiernos, tanto catalán como español, a lo eficiente de su
hacienda y a que se recaudan todos los impuestos, la clase media ocupa todo el
espectro social, por lo que disfrutamos todos de un bienestar parecido, con una
buena sanidad pública y gratuita y una educación al alcance de todos. No hay
ningún ciudadano español con talento y capacidad que no pueda disfrutar de la
ayuda necesaria para desarrollar sus aptitudes. ¡Y no quiera saber lo bien que
funciona la Justicia!
Sus ojos como rendijas otra vez.
-Lo celebro, lo celebro. Ahora me explico lo de la emigración
marroquí- dice.
Se para justo en el umbral,
-Oiga, ¿El café lo sirven en taza y la copa
en copa, no?
-Sí, sí, tranquilo.
Y entramos.