viernes, 13 de enero de 2017

Condominio





Insistieron tanto que al final tuvo que ir.
- Pero si yo, con saber que estáis a gusto, ya me conformo. Hacer mil quilómetros para…
- Mil quilómetros, mil quilómetros, pero si a veces haces tres mil para vender uno de esos aviones- le dijo su padre.
Y tuvo que ir.
Les había costado decidirse y seguramente tanta vacilación ahora se había convertido en entusiasmo. Las sensaciones ni se crean ni se destruyen, se transforman.
Le había parecido bien el cambio. La casa de siempre era enorme para su edad y los conocidos ya estaban agotados.
- Nunca dicen nada nuevo- solía decir su madre.
Que él se preguntaba qué de nuevo podía decirle su padre, con el que llevaba cincuenta años casada.
Ahora tenían una pequeña casita en una urbanización, por Alicante, que llamaban El Condominio. Una urbanización matemática con calles rectas y anchas, con dos mil o tres mil árboles todos idénticos, no iguales, no de la misma especie, sino idénticos, con supermercados, tiendas y farmacias, estratégicamente y proporcionadamente bien distribuido todo. Eso lo escribió su padre en un email. Él le preguntó qué quería decir una “urbanización matemática”. Pero no le contestó.
Sus padres no pudieron ir a buscarle al aeropuerto.
- Irá uno de nuestros vecinos- le dijo su padre, sin explicarle las razones.
No llevaría un cártel con su nombre si no uno que tenían para casos así. Pone Condominio, le acabó diciendo.
Era un anciano. Tanto, que cuando lo vio pensó que habían venido dos personas a buscarlo. Pero no pudo encontrar a la otra por ninguna parte.
- Te pareces a tu padre, eres desgarbado y tienes una melena impropia de tu edad. La de tu padre es insultante. Lo primero que uno piensa cuando lo ve por primera vez es que es una peluca y se dice uno para sí- será gilipollas, casi ochenta años y se compra una peluca de adolescente- Pero no, es natural. En Condominio es famoso por ello.
Decían Condominio, no El Condominio.
Había venido en uno de esos coches que tienen prohibido acercarse a las autopistas y demás vías de circulación rapidas, sólo para distancias cortas, y que no pueden ir a otra velocidad que no sea la que entorpece el tráfico. Con la garantía de que si se tiene un accidente, todos los ocupantes perecen en él sin ningún tipo de duda.
- Tiene poco equipaje- se extrañó el vecino de sus padres.
Andaba vacilante pero cuando se sentó y puso las manos sobre el volante todo él se transformó.
- Dice tu padre que vendes aviones- le dijo camino de la urbanización.
Cada vez que hablaba, hacía una pausa, y lo miraba durante unos segundos.
- Sí, sí, aviones de guerra y aviones privados, nada de aviones comerciales. Eso es otro cantar- le dije yo.
- ¿Cantar?- se extrañó- Es que soy sordo como una tapia.
Vi que no llevaba ningún aparato. Se lo dije.
- No, soy enemigo- se calló un momento- somos enemigos de rodearnos de muchos artilugios.
Lo miró.
- Para evitar el síndrome de Diógenes.
Entonces cayó en la cuenta de que esa debía ser la razón de no poder llamar nunca a sus padres. Debiendo espera a que fueran ellos, generalmente su padre, el que llamaba.
- Pero y si os pasa algo-le decía él.
- ¿Y qué nos va a pasar? Aquí hay mucha gente, unos pendientes de otros, siempre.
Lo llamaba desde una cabina telefónica.
- Hay un montón, estratégicamente situadas.
En esos momentos cayó en la extraña pulcritud de su acompañante.
Al llegar a las primeras casitas, su madre estaba esperándolos.
- Tu padre vendrá ahora.
Su taxista circunstancial ni se bajó. Descargó el poco equipaje que llevaba y vieron, él y su madre, como se perdía a lo lejos, al cabo de unos minutos.
- ¿Cuánto mide la calle?- le preguntó a su madre- Es larguísima.
- Sí, en Condominio sólo hay cuatro calles largas y trescientas cortas.
Se quedó mirándola. Debería ser información comercial de la promotora de la urbanización.
Miró a su alrededor. Nada de lo que había, sobraba o estorbaba. Parecía todo un escenario ordenado con la intención de trasmitir algo concreto y muy preciso, que a él le pareció que debía tener algo que ver con la seguridad. Con la seguridad en todas sus modalidades y variaciones.
Como si fuese una casa ordenada. Sin niños, pensó.
Su madre permanecía tranquila, parecía arreglada para una fiesta.
- Estás súper elegante- le dijo mientras la tomaba por los hombros, tratando de crear una complicidad que recordara algo más que el suave olor de otros tiempos.
- Sí, lo vigilamos mucho en Condominio.
Se podía ver un grupo que se aproximaba haciendo futin desde el principio de la calle.
- ¿Vamos?- la invitó a la vez que cogía el equipaje.
- Espera que llegue tu padre- dijo ella y le indico al grupo que venía hacia ellos.
- Está todo impoluto- comento él, haciendo tiempo.
- Sí, es para evitar el síndrome de Diógenes- aseguro su madre mirando a su alrededor.
- Estás más gordo- le dijo. Mirándolo como si fuese un simple conocido.
- ¿Por qué se llama esto Condominio? ¿O por qué lo llamáis así?
- No sé, es un condominio ¿No?
Saco el móvil y busco “condominio”. Mientras se descargaba la página le echó un vistazo al grupo que aprecia que aunque se movía no terminaba de llegar nunca. Debían ser unos quince. Comandado por alguien desde luego muy colorido.
- Se le va a la legua- dijo señalando al grupo.
- Es el monitor. No le gusta nada ir de esa guisa, pero es que algunos no ven bien.
- Tú, ¿No te animas?
- Sí- le contestó ella.
- Condominio- leí en voz alta- Uno. Posesión de una cosa, en especial de una finca o de un inmueble, por dos o más personas a la vez. Dos. Territorio no autónomo sometido a la autoridad conjunta de dos estados.
- Pues será por algo de eso, aunque nuestra casita es nuestra y de nadie más- dijo ella- O por algún cuentista que quería vender las casas. Se oye cada cosa.
Entonces se acordó del anciano sordo.
- ¿Cómo es que conduce un hombre sordo, mayor y que además no lleva un sonotone?
Casi pareció que la había recuperado cuando oyó que decía con sorna,
- Es que si nos ponemos a ser exigentes…
El grupo ya estaba encima. De él destacó su padre.
- Al fin te podemos ver- exclamo con las manos apoyadas en las caderas.
- Este es mi hijo- le dijo al resto, volviéndose hacia ellos.
Se armó una algarabía sorprendente dado que venían corriendo y que debían estar agotados. Oyó bienvenidas, recibió apretones de manos, todo un poco exagerado. No conocía a nadie. Te gustará, ya lo veras. Tus padres no han podido hacer mejor elección. Y frases por el estilo. Hasta que el monitor eléctrico pitó y los puso a todos otra vez en marcha. Alguien le había dado un caramelo.
Su padre y su madre se quedaron con él.
- Ahora te enseñaremos nuestra casita- dijo su padre.
Se la imaginaba. No quería ir. Desenvolvió el caramelo y tiró la envoltura al suelo.
Su madre al verlo, exclamó,
- No puedes ver nada limpio, en cuanto ves algo…
Dejó la frase sin acabar y se agachó a recoger el papel.
- No veas el trabajo que te quita tener pocas cosas y que el polvo no se pueda acumular más que en los rincones, nada de libros, plumas, paquetes de tabaco y sellos- comentó su padre.
Así que así iba a ser la estancia, pensó.
-¿Me enseñáis la casa?

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