Estaban
dando por la tele lo del sindicalista que tenía la casa llena de billetes de
cien y quinientos, que decía su madre que tenía billetes en casa para chamuscar
un cerdo, y le estaba yo diciendo a la mía que con cincuenta euros no tendría
suficiente para aquella noche y me estaba contestando ella que si me creía que
era Tita Cervera cuando en el marco de la puerta se recortó la figura de un
vaquero. Como en las películas de Clint Eastwood.
En
Andalucía, en verano, todas las puertas están abiertas. No es señal de
bienvenida si no para mirar de bajar la temperatura de dentro de casa al menos
medio grado. Una tontería, según lo veo yo. Porque, ¿Qué más da treinta y cinco
grados que treinta y cinco y medio?
Me
quedé mirando la figura, intentando adivinar quién era, cuando mi madre a mi
espalda exclamó,
-¡Pedazo
de cabrón!
Entonces
yo me aproxime al recién llegado con el fin de identificarlo. Efectivamente era
un vaquero, bueno, un sheriff, con su estrella y todo.
-Hola,
soy tu padre- dijo.
Miré a
mi espalda y mi madre había desaparecido.
-¿Puedo
pasar?- me preguntó.
-Sí,
pero sólo hasta el vestíbulo- le dije- siéntate aquí- le indique, señalando un
pequeño arcón que teníamos a la entrada para guardar los paraguas y los
sombreros y que estaba lleno de todo menos de paraguas y sombreros.
Entró y
se sentó. Nos quedamos mirándonos.
-¿Qué
te ha contado tu madre de mí?- me preguntó.
-Me ha
contado de todo. Que eras soldado y te fuiste a la guerra y no volviste. Que eras
camionero y te fuiste de viaje a Rusia y no volviste. Que eras marinero y te
fuiste a la Conchinchina y no volviste. Incluso una vez me contó que se levanto
un tormenta y que un tornado te arrastró…….y no volviste. Pero eso fue cuando
era muy pequeño- le expliqué.
-Estás
muy alto- me dijo.
-Lo
normal para quince años, en el insti hay unos cuantos más altos que yo- le
dije.
-Y que
tal, ¿cómo os va?- dijo.
-Bien.
-¿De
qué trabaja tu madre?- preguntó.
-Es la
directora del hospital y tiene una consulta privada- le contesté.
De
nuevo se hizo el silencio. No llevaba cartuchera y ninguna otra arma.
-Tengo
que salir a comprar una goma de borrar- le dije.
-¿Puedes
decirle a tu madre que me gustaría hablar con ella?- me dijo.
Subí y
no tardé ni quince segundos en bajar. No se había movido.
-Me ha
dicho que te pregunte si has sido feliz estos años- le dije.
-No- me
contesto.
-Pues
entonces que te vayas a la mierda- le conté.
No
precio sorprenderse.
-Estoy
en el circo, hemos llegado a la ciudad y pensé que sería buena idea venir a
hablar con vosotros- se explicó.
-Claro,
como vivimos en una época en la que el correo está arruinado debido a las otras
cincuenta mil maneras que hay de enviar mensajes tú has aprovechado que pasabas
por aquí para hacernos una visita- le dije.
-Tienes
un humor muy parecido al mío- me dijo.
-Ya me
lo dice mi madre: Tienes el mismo humor que el cabrón de tu padre- le confesé.
-¿Te
trata bien?- preguntó.
-Hace
lo que puede, es muy estricta. Hoy, esta noche, tengo una fiesta y sólo me
quiere dar cincuenta euros. Una miseria.
-¿Y
cuánto crees que necesitas?- dijo y ensayó una sonrisa.
Me
quedé pensando. Había visto unas cuantas películas americanas.
-Unos
ciento cincuenta euros- declaré.
Vi como
se revolvía y metía la mano en el pantalón. Me tendió de su cartera un billete
de cien euros. Lamenté por primera vez la falta de un padre.
-Gracias-
le dije.
Y nos
quedamos otra vez en silencio.
-La
goma- le recordé.
No
pareció saber a que me refería y se lo iba a explicar cuando con un gesto me
dijo que sí que ya sabía a qué me refería. Pero no se movió.
-No te
puedes quedar aquí- le dije.
Se
levantó pesadamente y salió al porche. Yo salí tras él y cerré la puerta. En
cinco minutos, treinta y cinco y medio grados. Fijo.
Se
sentó en un banco que tenemos en la
entrada.
-Si voy
al circo y digo que eres mi padre, ¿me harán un descuento?
-Algo
te harán- me contestó.
-Sabes.
Me acuerdo de una vez que me llevaste al circo- le dije.
-¿Te
acuerdas?, pero si apenas tenias dos años- se extrañó.
-Me
acuerdo. Dijiste que aquel circo era malo pero que a los animales los trataban
bien y que las mujeres iban casi desnudas. Fuimos tú y yo solos. Me hice una
foto subido a un elefante.
De
nuevo se hizo el silencio.
-Bueno,
me voy, que tengo que comprar la goma de borrar- le dije.
-Muy
bien, adiós.
-Adiós.
El sol
abrasaba y cuando pasé frente a la librería no anhelé para nada el aire
acondicionado que silbaba dentro. Era verano y sufrir el calor hasta asfixiarse
era lo que le pasaba a todos.
FIN
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