sábado, 8 de marzo de 2014

El circo es malo pero tratan bien a los animales



Estaban dando por la tele lo del sindicalista que tenía la casa llena de billetes de cien y quinientos, que decía su madre que tenía billetes en casa para chamuscar un cerdo, y le estaba yo diciendo a la mía que con cincuenta euros no tendría suficiente para aquella noche y me estaba contestando ella que si me creía que era Tita Cervera cuando en el marco de la puerta se recortó la figura de un vaquero. Como en las películas de Clint Eastwood.
En Andalucía, en verano, todas las puertas están abiertas. No es señal de bienvenida si no para mirar de bajar la temperatura de dentro de casa al menos medio grado. Una tontería, según lo veo yo. Porque, ¿Qué más da treinta y cinco grados que treinta y cinco y medio?
Me quedé mirando la figura, intentando adivinar quién era, cuando mi madre a mi espalda exclamó,
-¡Pedazo de cabrón!
Entonces yo me aproxime al recién llegado con el fin de identificarlo. Efectivamente era un vaquero, bueno, un sheriff, con su estrella y todo.
-Hola, soy tu padre- dijo.
Miré a mi espalda y mi madre había desaparecido.
-¿Puedo pasar?- me preguntó.
-Sí, pero sólo hasta el vestíbulo- le dije- siéntate aquí- le indique, señalando un pequeño arcón que teníamos a la entrada para guardar los paraguas y los sombreros y que estaba lleno de todo menos de paraguas y sombreros.
Entró y se sentó. Nos quedamos mirándonos.
-¿Qué te ha contado tu madre de mí?- me preguntó.
-Me ha contado de todo. Que eras soldado y te fuiste a la guerra y no volviste. Que eras camionero y te fuiste de viaje a Rusia y no volviste. Que eras marinero y te fuiste a la Conchinchina y no volviste. Incluso una vez me contó que se levanto un tormenta y que un tornado te arrastró…….y no volviste. Pero eso fue cuando era muy pequeño- le expliqué.
-Estás muy alto- me dijo.
-Lo normal para quince años, en el insti hay unos cuantos más altos que yo- le dije.
-Y que tal, ¿cómo os va?- dijo.
-Bien.
-¿De qué trabaja tu madre?- preguntó.
-Es la directora del hospital y tiene una consulta privada- le contesté.
De nuevo se hizo el silencio. No llevaba cartuchera y ninguna otra arma.
-Tengo que salir a comprar una goma de borrar- le dije.
-¿Puedes decirle a tu madre que me gustaría hablar con ella?- me dijo.
Subí y no tardé ni quince segundos en bajar. No se había movido.
-Me ha dicho que te pregunte si has sido feliz estos años- le dije.
-No- me contesto.
-Pues entonces que te vayas a la mierda- le conté.
No precio sorprenderse.
-Estoy en el circo, hemos llegado a la ciudad y pensé que sería buena idea venir a hablar con vosotros- se explicó.
-Claro, como vivimos en una época en la que el correo está arruinado debido a las otras cincuenta mil maneras que hay de enviar mensajes tú has aprovechado que pasabas por aquí para hacernos una visita- le dije.
-Tienes un humor muy parecido al mío- me dijo.
-Ya me lo dice mi madre: Tienes el mismo humor que el cabrón de tu padre- le confesé.
-¿Te trata bien?- preguntó.
-Hace lo que puede, es muy estricta. Hoy, esta noche, tengo una fiesta y sólo me quiere dar cincuenta euros. Una miseria.
-¿Y cuánto crees que necesitas?- dijo y ensayó una sonrisa.
Me quedé pensando. Había visto unas cuantas películas americanas.
-Unos ciento cincuenta euros- declaré.
Vi como se revolvía y metía la mano en el pantalón. Me tendió de su cartera un billete de cien euros. Lamenté por primera vez la falta de un padre.
-Gracias- le dije.
Y nos quedamos otra vez en silencio.
-La goma- le recordé.
No pareció saber a que me refería y se lo iba a explicar cuando con un gesto me dijo que sí que ya sabía a qué me refería. Pero no se movió.
-No te puedes quedar aquí- le dije.
Se levantó pesadamente y salió al porche. Yo salí tras él y cerré la puerta. En cinco minutos, treinta y cinco y medio grados. Fijo.
Se sentó en un  banco que tenemos en la entrada.
-Si voy al circo y digo que eres mi padre, ¿me harán un descuento?
-Algo te harán- me contestó.
-Sabes. Me acuerdo de una vez que me llevaste al circo- le dije.
-¿Te acuerdas?, pero si apenas tenias dos años- se extrañó.
-Me acuerdo. Dijiste que aquel circo era malo pero que a los animales los trataban bien y que las mujeres iban casi desnudas. Fuimos tú y yo solos. Me hice una foto subido a un elefante.
De nuevo se hizo el silencio.
-Bueno, me voy, que tengo que comprar la goma de borrar- le dije.
-Muy bien, adiós.
-Adiós.
El sol abrasaba y cuando pasé frente a la librería no anhelé para nada el aire acondicionado que silbaba dentro. Era verano y sufrir el calor hasta asfixiarse era lo que le pasaba a todos.
FIN

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