Escribimes
y escribiretes IV
A la hora de matar es como a la hora de
escuchar. De saborear, de pensar, de saber. Uno se puede imaginar que puede
haber un animal imposible de matar, por grande, y por el otro extremo un animal
imposible de matar, por pequeño. Matamos dentro de una franja. Existimos en una
franja de la existencia. Es pura física.
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Piense en una distopía verdaderamente
escalofriante.
-La Humanidad se ha vuelto tan ignorante que
las obras de arte, de todo tipo, se han convertido en mierda que nadie
considera. Los museos son lugares de esparcimiento donde las madres llevan a
sus niños a retozar. Algunos lanzan balonazos a cuadros de Bacon o de
Velázquez. Ni tan siquiera hay un grupo resistente en la clandestinidad que
luche contra ese estado de cosas. La Piedad de Miguel Ángel está en una plaza
pública. Las palomas la cagan y alguna graciosa le ha pintado los ojos de color
rosa eléctrico…
-¿Eso le parece más escalofriante que una
sociedad donde no haya que comer, donde el oxígeno esté podrido…
-¡Claro! ¡Cómo va a comparar morir que vivir
de esa manera!
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Si el objetivo fuera perder, el que perdiera
ganaría. Y entonces perder sería algo que no todo el mundo podría hacer. Te
gritarían para insultarte,
-¡Siempre serás un puto ganador!
Los deportistas dirían,
-Yo siempre quiero perder.
Y los hipócritas,
-Lo importante no es perder, lo importante es
participar.
Y hablando de hipócritas, los políticos
dirían,
-Perder, perder y volver a perder, eso es lo
que quiero hacer con mi partido.
Los ganadores no podrían hacer nada.
Resignarse. Desgraciados e infelices, arrastrando su frustración. Esperando a
que la humanidad se cansara de este despropósito y a alguien se le ocurriera
decir,
-¿Y si el objetivo fuera ganar?
Vuelta a empezar.
Lástima que los seres humanos no sean
reversibles. Por dentro, delicados y frágiles, unas gotas de desconsideración y
estamos empapados.
Continuemos, pues, intentando ganar.